Este cuento forma parte del folklore venezolano y según anécdotas familiares cuando un niño insistía en que le contaran un cuento era común escuchar ¿Qué cuento quiere que le cuente, quiere que le cuente el cuento del gallo pelón? Si la respuesta del pequeño era sí, se le respondía: no es que sí ¿Es que si quiere que le cuente el cuento del gallo pelón? Si decía no; entonces era: no es que no ¿Es que si quiere que le cuente el cuento del gallo pelón? Ante cada gesto o palabra del chiquillo se anexaba la misma coletilla. Y estas repuestas, en las que nunca comenzaba el cuento, terminaban por fastidiar al niño que se cansaba de insistir, dejando en el infante una sensación de vacío y de no saber realmente qué es lo que sucedía, porque no terminaba de entender de qué trataba el bendito cuento.
Esa misma sensación se tiene cuando se trata de la trama ambiental y de los actores políticos que se involucran en ella. ¿Realidad? ¿Fantasía? ¿Qué es primero, la vida o la riqueza?.
Los gobernantes con sus legisladores, promueven las leyes ambientales. Éstas enuncian la preservación de la especie humana, el aprovechamiento racional de los recursos y la conservación de la biodiversidad. Si el país en cuestión es rico en bienes naturales, con frecuencia se utilizan estos manifi estos en las campañas políticas, asegurándole al ciudadano que lo más importante es velar porque se cumplan esos preceptos. Promesa que se desvanece en un doble discurso que envuelve el quehacer ambiental, la “toma de conciencia” queda para el panfl eto, las acciones se defi nen en el buró y obedecen a la paga del mejor postor.
Las noticias reseñan denuncias o escándalos de políticos que están al servicio de las grandes industrias. Sobornos para obtener concesiones y permisos de explotación a recursos naturales o para trabar proyectos de desarrollo de alternativas tecnológicas favorables a la ecología; como es el caso de la energía solar que es saboteada por las industrias tradicionales de energía eléctrica. Las autoridades son permisivas con las viviendas construidas en áreas inadecuadas por su vulnerabilidad geológica. Y ni hablar del negocio de los agrotóxicos.
Los políticos que dicen defender el ambiente, por lo general salvaguardan algún interés económico disfrazado tras palabras con las que el ciudadano común no está familiarizado o promesas de trabajo y desarrollo para los pueblos, restándole importancia a lo que es verdaderamente significativo como la preservación de fuentes de agua y masas boscosas productoras de oxígeno. Tal es el caso de la minería ecológica. La minería es una acción que en cualquiera de sus versiones destruye o altera los ecosistemas naturales, entonces ¿De qué manera puede ser ecológica? Tal concepto ofende la inteligencia. Es como el absurdo de la “carne vegetariana” para denominar alimentos vegetales. Se puede decir que es el típico “gato por liebre” bien aderezado.
El ciudadano común es considerado manejable y desechable. Si alguna denuncia alcanza visibilidad suficiente para desafiar a lo intereses involucrados se observa con tristeza que desaparecen los activistas ambientales (se mueren, se van o se adaptan). Los tribunales hacen de procedimientos que deberían ser expeditos largas cadenas burocráticas que se pierden en el tiempo.
El poder económico, posee al poder político, esté en manos de quien esté. Esta unión genera la corriente de corrupción que aqueja los gobiernos. Las consecuencias de estas prácticas se refl ejan en el confl icto ambiental, en la pobreza y en la poca naturaleza que va quedando para las generaciones futuras. Los planes de manejo de recursos que se cumplen, son los que enriquecen a unos pocos y empobrecen a las mayorías. ¿Cuánto más puede soportarse esta situación?.
La presión del cambio climático es real. Es imperante un viraje en el modelo industrializado y en el control de los grandes monopolios trasnacionales. La población sigue en aumento. La crisis alimentaria y la energética generarán un colapso financiero global. Un nuevo paradigma en los gobernantes es necesario para el manejo y el aprovechamiento de la naturaleza. Hay que rediseñar la moral de la política, sólo entonces se podrá pensar en una auténtica estrategia de desarrollo sustentable que honre la ecología y permita una vida digna para la especie humana. Los países en vías de desarrollo tienen ventajas para generar estos cambios precisamente por no haber agotado sus modelos de crecimiento.
Hasta ahora los recursos naturales representan una piñata para los poderosos. Cuando los políticos hablan de ambiente y de cambio climático sólo se escucha un ruido pocas veces comprensible. La ciudadanía tiene la responsabilidad de despertar ¡Que no les cuenten el cuento del gallo pelón…!