Si algún concepto ha sido convertido, con el correr del tiempo, en un tema elusivo es el de la autonomía universitaria. Su uso se ha hecho tan cotidiano, que no se sabe –con precisión- a qué se hace referencia cuando se recurre a él. Sabemos intuitivamente a qué nos referimos cuando calificamos a una universidad como autónoma, pero nos resulta difícil traducir dicha intuición en conceptos. Dificultad que no ha sido (o tal vez no haya querido ser) enfrentada con la intención de avanzar hacia una definición de la autonomía universitaria, en este tiempo y para este tiempo, que la dote de un contenido conceptual que permita superar esa práctica intuitiva y elusiva con que se le viene utilizando en las últimas décadas.
Un ejercicio como este debe partir de una interrogación, autonomía universitaria: ¿para qué y por qué? Nuestra respuesta es: para que la universidad cumpla con su función de ser una institución creadora, generadora de cultura; y porque la universidad no puede estar sometida a ninguna otra autoridad que no sean las establecidas en las normas jurídicas que regulan su funcionamiento. De allí que la autonomía sea un principio inalienable, irrenunciable, es la razón de ser de ella. Así lo entendió el constituyentista del año 1999, por eso le otorgó a la autonomía universitaria rango constitucional, como quedó plasmado en el artículo 109 de la Constitución de la República Bolivariana
de Venezuela (CRBV), aprobada en el referido año mediante referéndum aprobatorio.
Con la Constitución Bolivariana los venezolanos le otorgamos a la cultura la condición de derecho humano, hecho fundamental teniendo en cuenta que el fin superior de la educación universitaria es la creación cultural y que la cultura es la fuente generadora de toda actividad humana, el punto de partida y el motor que impulsa el proceso de desarrollo de la sociedad. La educación universitaria es la producción, la promoción, la realización de la creación cultural, como un actolible y soberano, entendidos como un quehacer en función de los intereses nacionales.
Pues bien, es a la luz de estos principios como debe entenderse el reconocimiento que hace el referido art. 109 de la Constitución Bolivariana a la autonomía universitaria. Téngase presente, entonces, que la “búsqueda del conocimiento a través de la investigación científica, humanística y tecnológica, (es) para beneficio espiritual y material de la nación”. Por lo que, para lograr tan noble objetivo, el constituyentista mantuvo el reconocimiento de que: “Las universidades autónomas se darán sus normas de gobierno, funcionamiento y la administración eficiente de su patrimonio bajo el control y vigilancia que a tales efectos establezca la ley. Se consagra la autonomía universitaria para planificar, organizar, elaborar y actualizar los programas de investigación, docencia y extensión. Se establece la inviolabilidad del recinto universitario…»
Al respecto, bien vale la pena hacer algunas precisiones:
1. Como puede verse, esta es una concepción de la universidad radicalmente distinta a la conceptualización expresada en la vigente Ley de Universidades en la que se afirma que: “La Universidad es fundamentalmente una comunidad de intereses espirituales que reúne a profesores y estudiantes en la tarea de buscar la verdad y afianzar los valores trascendentales del hombre”. ¿De cuál verdad y de cuáles valores trascendentales del hombre se hablaba en 1959?, año de aprobación de dicha ley. Año en el cual en Venezuela se inauguraba un nuevo sistema político: la democracia representativa, sustentada en el poder de los partidos políticos, por tanto partidocrática y excluyente, y fundamentada en la renta petrolera.
2. En dicha definición se asumía el criterio que para ese entonces se había arraigado con una fuerza: la creencia de que la única manera de imaginar el futuro de la región era relacionándolo con las “leyes” y “principios” del capitalismo, como “sistema mundo”. Por lo que, la orientación de las políticas del “cambio social” estuvieron dirigidas a encontrar la vía que permitiera transitar, de una “sociedad tradicional a una moderna”. Transición que entrañaba, en su interior, una contradicción determinada por el choque de intereses entre los sectores oligárquicos tradicionales y la burguesía emergente. Por lo que, la “modernización” y el “desarrollo”, basados en la consolidación de la «burguesía nacional» como clase dominante fueron objetivos alcanzados para la colonización del poder nacional.
3. Pues bien, la alianza de la clase dominante, partidos políticos y capital internacional, entendió que para poder dominarnos totalmente era necesaria la dominación de nuestro pensamiento. Por ello, formuló una ciencia social que hiciera creer que la sociedad capitalista era el “fin último” de la racionalidad política; por lo que nuestro proceso histórico-cultural debía asumir los valores de dicho sistema para lograr alcanzar su desarrollo.
4. Las formulaciones teóricas propuestas para la modernización de nuestras sociedades sería una modernización sin pueblo; un sistema político de democracia, sin pueblo; una industrialización ensambladora, no manufacturera, altamente tecnificada, poco empleadora, sin pueblo. La sociología norteamericana que había sido pensada para ese modelo de sociedad, no logró dar explicación a la realidad latinoamericana y venezolana en particular. Obvió nuestra heterogeneidad estructural y cultural. Ello no es lo lamentable. Lo lamentable es que la ciencia social latinoamericana asumió como suya la concepción “estructural-organicista” para el estudio y análisis de nuestra realidad social.
5. Los “nuevos laboratorios” para estudiar a América Latina estaban ahora en Harvard y en el Instituto Tecnológico de Massachusetts. El pensamiento teórico estaría ahora en las formulaciones de Walt Whitman Rostow, expuestas en su obra: Las etapas del crecimiento económico. La teoría rostowiana al concebir el subdesarrollo como una etapa histórica, por la cual debían transitar todas las naciones, muestra su primera falencia. En razón de ello se afi rmó que desarrollo y crecimiento económico forman parte de una misma ecuación. Visión formalista del desarrollo a través de la cual se quiso hacer creer que el progreso científi co-técnico sólo era alcanzable a través del ahorro, las inversiones y la industrialización. De tal manera que Latinoamérica necesitaba el ahorro de recursos, la inversión y el uso de tecnología exógena para iniciar su “despegue” hacia el desarrollo.
6. Pero lo cierto era que el imperio no podía seguir sosteniendo su dominio, apalancado en su fuerza. Por lo que la consolidación de su hegemonía requería de la utilización de otras variables. Debía imponer “razones superiores”. La dominación de clase debía presentarse como la expresión de algo necesario y, en cierta medida, natural. La idea del “cambio social” tenía que ser entonces revestida de un manto de popularidad. Los partidos políticos, asociaciones gremiales y profesionales, organizaciones sindicales y campesinas, universidades e institutos generadores de conocimiento, organizaciones sociales públicas y privadas, habrán de ser –entre otras- organismos a través de los cuales se imppondrá la modernización capitalista dependiente, en la región.
La realidad de hoy es otra. Venezuela avanza en la búsqueda de una nueva modernidad. De su propia modernidad. Muy distantes estamos de aquellos que piensan que la búsqueda del presente, es la negación de nuestros orígenes. Y es que, para decirlo con Octavio Paz: “La búsqueda del presente no es la búsqueda del Edén terrestre ni de la eternidad sin fechas: es la búsqueda de la realidad real”. De esa realidad que ha sido negada por quienes han pretendido hacernos aparecer como pueblos sin historia, bárbaros sin cultura. Por aquellos que al imponernos su modernidad han despreciado nuestro ethos cultural, nuestra realidad como pueblo.
Nuestra contradicción con la occidentalización del hemisferio, lo es por su razón cultural; porque, a través de la instrumentalización e implementación de su racionalidad capitalista, nos construyeron e impusieron una modernidad que no nos era propia. Por lo que la construcción de una nueva visión de futuro demanda comprender que no es posible partir de verdades construidas con una ciencia omnipotente, inspirada en la decimonónica fe del progreso infi nito. En tal sentido, pensar el futuro de Venezuela significa entender que frente al estado de incertidumbre en que nos encontrábamos, nuestra imagen del futuro debía ser radicalmente distinta a los modelos que se diseñaron e implementaron para el fraguado de la formación social capitalista venezolana. Pensar el futuro de Venezuela constituye uno de los más grandes retos para nuestra ciencia social. Esfuerzo intelectual que debe conducirnos a diseñar una nueva estrategia de desarrollo. El reto de la universidad no puede limitarse a “buscar la verdad y afianzar los valores trascendentales del hombre”. La verdad ha sido demostrada, por el propio pensamiento racional que fue su creador, como un eufemismo; y los valores trascendentales del hombre, no son más que la exaltación del individualismo, la deshumanización del homo sapiens. La universidad del siglo XXI y para el siglo XXI debe tener otros objetivos, otros fines. La universidad del futuro, con toda su fuerza creadora, está llamada a contribuir en la planificación y diseño de una visión en prospectiva del país que necesitamos para enfrentar los retos del siglo XXI. La universidad puede (y debe) convertirse en una institución que impulse la construcción de una democracia plural efectiva, participativa y protagónica; ya que siendo “la casa que vence las sombras”, creadora de cultura, debe homologarse a los cambios que vienen produciéndose en el país desde el año 1999 para la construcción de una nueva hegemonía social.
En razón de ello creemos que el actual modelo universitario está agotado. Hoy no es posible, como en el pasado, partir de verdades construidas con una ciencia omnipotente, inspirada en la fe del progreso infinito; sobre todo en estos tiempos en que la universidad ha dejado de ser el único centro de producción del conocimiento. Sin embargo, debe tenerse presente que la educación, por ser la principal institución formadora de ciudadanos, tiene para el tiempo por venir una función insustituible, de primer orden. A la universidad le corresponde jugar el rol de seguir siendo, pero de manera diferente, el punto de inflexión a partir del cual construyamos el nuevo proyecto nacional, una nueva modernidad.
Hugo Cabezas Bracamonte @HugoCabezas78