Acercarse a las costas de Cuyagua es adentrarse no sólo a las maravillosas pinceladas de un paisaje luminoso, también lleva a conocer desde la experiencia directa la historia viva de una cultura de resistencia y alegría, de tambores de guerra, de faena y de jolgorio. El cacao y su compleja producción tradicional, repleta de historias, técnicas ancestrales y cantos de cuidado, es el corazón cimarrón del pueblo. Fiesta y trabajo entendidos como un todo unificador y no alienante, construyen en los pobladores de Cuyagua un sentido de pertenencia y de amor que mucho tiene que enseñarles a los habitantes de las grandes ciudades y que sigue siendo hoy una bandera de la lucha contra la propiedad de la tierra.
El sentido privativo de propiedad de la tierra constituye un factor clave en la configuración de poderes que ha remarcado el capitalismo en el sur de nuestro continente. El capital extranjero, centralizado en los países del llamado “primer mundo”, ha generado políticas económicas de extracción de materia prima barata en los países de la periferia, promoviendo su lenta o mínima industrialización y con ello la dependencia productiva de los mismos. Esta realidad ha producido el paulatino éxodo de grupos enteros, basados en la economía comunitaria alrededor de la tierra, a ciudades medianamente industrializadas, de forma desigual y violenta, lo que ha significado el empobrecimiento y la alienación identitaria de grandes sectores poblacionales. Es la historia de nuestro continente.
Ante este desolador panorama, muchas poblaciones rurales o semirurales han creado en su exclusión formas de resistencia al modo de vida impuesto por la modernidad desarrollista neoliberal, proponiendo alternativas no sólo locales sino incluso generalizables a sectores no propiamente rurales que no encuentran en el modo de vida urbano contemporáneo asideros para forjarse un futuro sostenible. Las identidades fraguadas desde el trabajo de la tierra recuperado en su fuerza integradora, producen maneras de resistencia fundamentadas en la creación de una racionalidad propia y de un imaginario arraigado en la tierra.
Es el caso del pueblo de Cuyagua, claro ejemplo de estrategias de resistencia organizadas alrededor del trabajo comunitario de la tierra. En Cuyagua el trabajo se arma alrededor del cacao, la pesca y el turismo. El cacao, fruto predilecto de nuestras costas venezolanas, ha sobresalido como un preciado caudal de identidades y formas creativas de trabajo y resistencia. La producción de cacao interviene como defensa identitaria del pueblo: el complejo trabajo para producirlo demanda el accionar colectivo y consensuado de los pobladores tejiendo una red de lazos entre el presente del pueblo y su historia.
Rodeado de una inmensa vegetación y anclado en tierras sumamente fértiles, el pueblo de Cuyagua cuenta con una hacienda de cacao que comienza en el Pozo Mamey Roleao, en el camino hacia la playa, y se remonta hasta la montaña en el sector Micky abajo, a las orillas del río. Son muy abundantes las plantas de cacao que actualmente dan frutos. Para los Cuyagüenses el cacao es mucho más que una forma de sustento, es una manera de vivir, es el lazo que los une a sus antepasados cimarrones, pues representa la apropiación autónoma de la tierra, la liberación del opresor esclavista. Hoy en día en Cuyagua no hay propiedad privada en torno al cacao. La hacienda pertenece actualmente al Estado pero es asumida como propiedad colectiva del pueblo, trabajada a partir de la remuneración equitativa y consensuada. Cada uno de los productores obtiene un pago equivalente a sus horas de trabajo, a su participación en el proceso productivo, independientemente del liderazgo que ejerzan en el proceso. Además, las decisiones en torno a los modos de producción se toman en asambleas.
La consecución de un sistema colectivo de producción, basado en la igualdad distributiva y laboral, se sostiene sobre el sentido de pertenencia a la tierra trabajada. En Cuyagua el cacao es la cotidianidad, es la reunión del pueblo y la familia. Félix Martínez, productor de cacao desde muy niño, relaciona al cacao con la alegría, con San Juan, con los canastos sobre la cabeza, con las tradiciones de su gente, nos habla del cacao desde el enamoramiento: “Cada día me gustó más y mi pasión creció hasta el día de hoy”.
Félix relata un día normal de faena: se levanta a las 5:30 am. Si tiene que secar el cacao va al patio de secado, llegando aproximadamente a las 7:00 am. de la mañana. Mientras tanto su padre está en el campo encargándose del riego. Si el trabajo es en el campo, primero le da la vuelta a su conuco y de ahí se va a la hacienda. Si hay que cosechar, toma la vara para tumbar el cacao, mientras que un acompañante va recogiendo los frutos que caen al suelo, los echa en los morrales y luego a la pila. Si hay que ir a riego, se encarga de que el agua llegue hasta el final del canal de riego. Si es siembra, el día anterior se debe medir y trazar el terreno y trasladar las matas del vivero a la hacienda, donde hay que sembrarlas. Por lo general, se trabaja hasta las 12:00 o 1:00 pm, y sólo de lunes a viernes. Los Días de Santo o feriados no son días de trabajo.
En cuanto al impacto ambiental, sin necesidad de intervenciones “especializadas” o legitimadas exclusivamente por la academia, los agricultores de cacao de Cuyagua se preocupan por el cuidado de la tierra que les da vida: no utilizan productos tóxicos que perjudiquen al ambiente o al organismo humano. Trabajan con fertilizantes y abonos orgánicos preparados con los mismos productos de la región, como cáscaras de cacao, tallos del cambur, hojas secas y maleza; todos estos ingredientes son troceados y colocados en capas, hasta que se fermentan. Para disminuir las enfermedades de las plantas generan estrategias basadas en organismos naturales: insectos que se alimentan de otros insectos. Por ejemplo, sobre el cacao suele posarse una mariposa de cuyo huevo nace una larva que se come la almendra del cacao. Los agricultores entonces liberan una especie de avispa que se alimenta del huevo de la mariposa, de esta forma, sin alterar químicamente el proceso biológico alrededor de las plantas, protegen la cosecha.
Leonel Gil, joven trabajador del cacao, entró a la producción de la mano de Félix, a quien considera su maestro. Leonel se muestra orgulloso de su oficio, y cuenta cómo “la historia del cacao es la historia del cimarronaje”. Para Leonel, los esclavos liberados se concentraron en la cosecha de cacao como forma de resistencia. Asimismo, relata la importancia del agua en la producción: “si hay agua hay cacao”. De acuerdo a las lluvias, existen tres temporadas de cosecha: marzo y abril; la cosecha Sanjuanera, durante los meses de mayo, junio, julio y agosto y, finalmente, los meses fríos de noviembre, diciembre y enero, que representan el último pico. Después de la cosecha, viene la temporada de limpieza, poda y mantenimiento.
La temporalidad de los cuyagüenses se configura alrededor de estos lapsos, tiempos de cosecha, corte, secado, fermentación, selección y colocación en sacos. Todos parte de un proceso global que constituye la vida material y simbólica de cada uno de los pobladores de Cuyagua. El cacao es fuente de unión tanto en el ámbito social propiamente como en el cultural, afianzando las identidades que sobre sí mismos tienen los pobladores. Leonel afirma sonriendo: “Me luce este color (moreno), pero yo soy es negro. Me siento orgulloso de que me digan negro y que soy de Cuyagua y que trabajo en una hacienda de cacao, me llena de gozo, me llena de alegría”.
Los habitantes de grandes ciudades somos cada vez más presa de miedos inherentes al empobrecimiento, la inseguridad física y material, la alimentación desbalanceada y altamente cancerígena, al sedentarismo, la contaminación ambiental, las depresiones por incomunicación, desconfianza y soledad, en fin, de la alienación de las relaciones sociales y espaciales propias de las ciudades y sus sistemas de intercambio comercial. Entender, respetar y aprender de formas colectivas, transmitidas entre generaciones, de relacionarse con la naturaleza y la sociedad son las mayores enseñanzas que el pueblo de Cuyagua y su fraguada organización social alrededor de la tierra nos conceden.