Hoy, uno de los grandes disyuntivas de los venezolanos es si emprender o no una nueva vida fuera de nuestras fronteras, es decir, irse o quedarse; un dilema que surge en una Venezuela que pasa por circunstancias difíciles en lo económico, político y social. Tal vez para la clase media venezolana este dilema se acentúa más debido a que sus formas de vida acostumbradas en este país, la libertad de movimiento en el ámbito llamado “social” y particularmente en el desenvolvimiento laboral, cambiarían radicalmente en otros países. Pero quizás, para un venezolano o venezolana acostumbrados al trabajo arduo, al sacrifi cio, lo cuesta arriba que les ha sido obtener lo necesario para vivir, pareciera tener una suerte de ventaja, en vista de las condiciones reales, constatadas y experienciales que seguramente todos por alguna vía, sabemos existen cuando se pisa otro país, y no para vacacionar precisamente sino para establecerse. Pero antes de adentrarnos a este hecho particular de la migración de venezolanos y sus experiencias como extranjeros, es preciso estudiar contextos que nos aclararán el porqué de la iniciativa tanto de jóvenes venezolanos como de cualquier ciudadano de contemplar la posibilidad de hacer vida en suelo extranjero.
Globalización y mundialización Con la llegada y popularización de la consola Atari, en la década de los ochenta del siglo XX, se inicia la más importante ruptura generacional de los últimos siglos. Investigadores de la trayectoria de Maff esoli han llegado a plantear la irrupción de las tribus urbanas, para destacar nuevas formas de asociación y relacionamiento de los jóvenes que le eran ajenas a las generaciones precedentes. La explosión de las tecnologías de la comunicación y la información anuncia una cuarta revolución industrial, con profundas consecuencias en el modo de existir y entender la construcción de ciudadanía, el vivir y el compartir. La globalización es el desarrollo de un modelo económico hegemónico en el mundo: el capitalismo. La globalización económica impone nuevas dinámicas al campo financiero, productivo y al concepto de mercancías. Los capitales golondrinas dejan claro que para los señores de las finanzas, el dinero no tiene nacionalidad ni territorio y que la voracidad de la ganancia especulativa reconfi gura conceptos como la plusvalía o la explotación del hombre por el hombre. Las fábricas se deslocalizan y surge la “maquila” como expresiones de la vuelta al pasado en materia de derechos laborales; algo que la llamada reforma laboral francesa sellaría en julio de 2016 con sus 46 horas semanales de trabajo. Estas mutaciones laborales, paradójicamente porque es el modelo quien las genera, tienen entre otras justifi caciones, el creciente paro laboral de los jóvenes que mientras en Francia alcanza el 24%, según Eurostat 2015 −la ofi cina de Estadística Europea− en España ronda el 49,6%, en Grecia alcanza el 50.1%, siendo la media en esa región el 20,7%, convirtiendo el desempleo juvenil en un fenómeno de toda Europa. Por su parte, el Youth Employment Decade (YED) construyó el mapa mundial del desempleo, en el cual se evidencia que el desempleo juvenil es un problema creciente en los Estados Unidos, como en efecto lo señalaron las dos principales candidaturas presidenciales de 2016.
Por otra parte, en la globalización se multiplican las llamadas mercancías inmateriales y el trabajo inmaterial, como expresiones del mundo deltrabajo en la segunda década del siglo XXI. El empleo se convierte en transfronterizo, utilizando los sectores empresariales a las grandes masas de inmigrantes, como instrumentos para la implantación de la flexibilización laboral y el trabajo precario; auspiciando con ello las contradicciones entre nacionales y foráneos, en el marco del desmantelamiento del Estado de bienestar keynesiano que mantenía algunas garantías sociales en materia de educación, salud y seguridad social. Ahora los “recién llegados” a las naciones altamente industrializadas son recibidos como competidores por el empleo para los nacionales, ante un número cada vez decreciente de puestos de trabajo, como resultado de la onda expansiva de la crisis económica mundial iniciada en el 2008.
Por su parte la mundialización cultural crea la ilusión del emerger de una sola cultura global, de una ciudadanía planetaria uniforme, de una visión homogénea del mundo. En realidad, lo que viene ocurriendo en las últimas décadas, pero muy especialmente desde los ochenta del siglo XX, es un intento por la supresión forzada de las diferencias culturales. El árabe, el latino, el asiático, el africano se convierten en los “bárbaros” y los nacionales de los países altamente industrializados en los “civilizados”. En ese contexto, se multiplica exponencialmente el drama de los inmigrantes, que ya Georges Moustaki describía en sus melodías en los setenta del siglo pasado. Los parias del pasado son los indeseables del presente. La ilusión de una sola cultura planetaria queda relegada a la posibilidad de los gustos homogéneos de los consumidores, que posibiliten al gran capital la venta de las mismas mercancías como necesidades creadas, no importa en el lugar del planeta en el cual se expongan.
El desempleo y su relación con los procesos migratorios
En el presente, los inmigrantes son los más afectados por la instalación a nivel planetario de la lógica neoliberal. La globalización y la mundialización, al plantearse la desaparición de los Estados nacionales, la flexibilización de las fronteras y la posibilidad de conseguir empleo en cualquier lugar del planeta, esconden con frases cuidadosamente construidas por la industria del marketing capitalista, el rostro siniestro de este proceso. Primero, como ya lo señalamos la inmigración que promueve el gran capital es una herramienta para fomentar la disputa entre trabajadores nativos y los recién llegados, para lograr −en medio del caos propio de la desunión del mundo laboral− desatar sus políticas destinadas a borrar las conquistas laborales alcanzadas por los trabajadores en los últimos cien años. Leyes draconianas contra el derecho a la sindicalización, la contratación colectiva, las jubilaciones y pensiones, la seguridad médica, el derecho a la educación se multiplican en todo el orbe como la peor de las plagas del siglo XXI.
Segundo, esta inmigración está asociada a la destrucción de la educación como derecho humano en los países llamados “desarrollados”, pues a la par que aceleran la privatización de los sistemas escolares, la desinversión en materia educativa y la destrucción de la profesión docente, procuran captar el mejor talento humano del planeta formado en los denominados países de la “periferia”. Un alto empresario estadounidense le señalaba al ex presidente Obama, que debería dejar de invertir tanto en formación profesional para concentrarse en hacer atractivas fuentes de empleo para los más talentosos, formados con dineros públicos, quienes podrían emigrar desde los países “dependientes”; esto describe la lógica del sector empresarial mundial en esta etapa. Realmente quienes terminan siendo admitidos son aquellos que tienen alta califi cación para contribuir al desarrollo del modo de producción del siglo XXI. Mientras una pequeña porción de los jóvenes “más califi cados” son captados para el mundo del trabajo en los países industrializados, millones de los inmigrantes cuyas edades oscilan entre 16 y 30 años de edad son echados a un estado de miseria humana que muchos no conocían en sus países de origen. Es la hegemonía del peor “darwinismo” laboral conocido en la historia del capitalismo moderno.
Tercero, la criminalización de los inmigrantes, mediante una orweliana mezcla de estereotipos que se utilizan para identificar a los “extranjeros” como potenciales delincuentes y terroristas, portadores de enfermedades, consumidores de los dineros de la seguridad social de los nacionales, siendo estos mecanismos coercitivos que promueven el auto retorno a casa, de quienes no encajan en la fábrica global de mercancías materiales e inmateriales que caracteriza al modo de producción capitalistas del siglo XXI. Eso sí, que vuelvan a casa a buscar dinero para comprar estas mercancías que los identificarán como seres “existentes”, es el lema silente de los grandes empresarios.
Cuarto, el surgimiento de regímenes y políticos autoritarios que centran su discurso en la colocación de barreras para los inmigrantes, por supuesto se refieren a aquellos que no aportan en lo inmediato al modelo de producción capitalista del presente. Ese fue el centro de la campaña xenófoba del presidente Trump, pero también de políticos emergentes como Marion Le Pen en Francia. Muchos de nuestros jóvenes han visitado como turistas a estos países y creen que los van a recibir de la misma forma cuando vayan, ya no a dejar sus dólares allí, sino a buscar empleo. Señores como Trump, Rajoy, Le Pen o Macri están allí para hacerles saber lo equivocados que están.
Quinto, el drama de los jóvenes que han vivido en sociedades con sistemas de seguridad social generalizados, es que esperan encontrar la misma solidaridad colectiva en países que viven ahora la competencia como paradigma de vida. En los países industrialmente más poderosos y que suelen atraer a buena parte de la migración, desde la caída de la URSS se viene desmantelando la noción del compromiso social y la salud, la educación y las jubilaciones han pasado a ser mercancías a las cuales acceden quienes tienen recursos económicos para pagarlas. Es común encontrar en los chats de whatsapp, las conversaciones en facebook o de otras redes sociales, en las cuales los inmigrantes expresan su sorpresa y desconsuelo ante los costos elevadísimos de las medicinas, la atención médica o la educación universitaria. Muchos de ellos, especialmente los más jóvenes, salen de sus países obnubilados por la propaganda de las grandes cadenas televisivas que muestran al llamado “primer mundo” como sociedades políticamente ideales y socialmente sin problemas, sin los hechos cotidianos del “tercer mundo”, pero al llegar a sus destinos se encuentran con una realidad que le es común a los pobres y la clase media en cualquier lugar del planeta. Es un mundo ideal para los ricos…
Sexto, cuando las administraciones americanas quieren atacar a un país, como ocurrió con la ex Yugoslavia, Irak, Libia e incluso como ocurre ahora con un socio mayor como lo es la Rusia capitalista, comienzan señalando defi ciencias en sus sistemas políticos de gobierno, que si bien pueden en algunos casos llegar a ser ciertos, son señalamientos hechos por gobernantes cuya legitimidad no es producto del voto directo de la mayoría de sus ciudadanos. Recientemente leía el comentario de un joven que emigró a los Estados Unidos, sorprendido por el hecho de que el día de la elección del presidente norteamericano Trump, sus 15 compa- ñeros de trabajo ni siquiera sabían que era el día de ir a votar. La despolitización de la juventud norteamericana contrasta con lo que ocurre en Latinoamérica, donde por ejemplo, es imposible pensar en un almuerzo de una familia venezolana donde no se hable de política, independientemente de la posición que se tenga sobre ello. En una oportunidad, conversando sobre lo que le ocurría a uno de los teóricos más importantes de la pedagogía crítica, Peter Mclaren −de origen canadiense quien emigró a los Estados Unidos− me sorprendió el relato de algunos de sus estudiantes quienes eran invitados por los servicios de inteligencia a grabar sus clases en la universidad, como un mecanismo de control y para censurar el pensamiento crítico en esa nación. Precisamente en uno de los países que promueve la migración como arma de ataque a gobiernos, aunque después quienes llegan allí encuentren que es otra la realidad.
Luis Bonilla-Molina @Luis_Bonilla_M