Uno de los ejes fundamentales de la campaña presidencial de Donad Trump fueron las relaciones entre China y Estados Unidos, colocando el énfasis en que el gigante asiático promueve políticas de ventajismo comercial (la devaluación del yuan, principalmente) para infl uir negativamente en el desarrollo económico del país norteamericano.
El enfoque de su campaña en política exterior dibujaba la antesala de una posible guerra comercial con China, para legitimar ante la opinión pública su agenda de recuperación económica interna. Este aspecto fue el centro de su campaña electoral.
Según Donald Trump la guerra de divisas propiciada por China y sus estímulos a la competitividad a base de sueldos precarios, ha generado una enorme salida de empleos e industrias estadounidenses hacia el país asiático. Pero este argumento no es del todo falso, aunque haya sido para estimular un clima de confrontación en medio de su campaña electoral, donde buscaba deslindarse del espectro político tradicional estadounidense.
Esta deslocalización de grandes empresas ha ocasionado una importante compresión del mercado de trabajo en Estados Unidos, y por ende, un ciclo de desinversión interna con implicaciones negativas en la velocidad del crecimiento económico y en un aspecto mucho más estratégico y existencial: su estatus de superpotencia.
Pero el enfoque de política exterior con respecto a China propalado en la campaña electoral comenzó a dar un giro a sólo días de que Donald Trump fuera elegido presidente, justo cuando los medios de comunicación de mayor infl uencia allanaban el terreno de una confrontación geopolítica en el mediano plazo entre los dos gigantes globales.
El primer gesto que abre este giro fue la designación como nuevo embajador estadounidense en China del ex gobernador de Iowa, Terry Branstad, amigo personal desde hace décadas del presidente Xi Jinping.
Esta designación fue realizada por Donald Trump el 7 de diciembre de 2016, lo que puede ser analizado como el primer gesto para la apertura de un canal de interlocución política en busca de reducir la presión generada por la campaña electoral y estabilizar las relaciones con el gigante asiático. El siguiente movimiento en esta secuencia tuvo lugar en el Foro Económico Mundial de Davos, a mediados de enero de 2017, donde la participación del presidente Donald Trump centró su mensaje en el proteccionismo económico, en contraposición a la defensa de la globalización del resto de los mandatarios (como Xi Jinping) y los principales líderes empresariales del mundo.
Xi Jinping al darse cuenta del desatino de Donald Trump en Davos, aprovechó la oportunidad para reposicionar el liderazgo de China dentro de la economía mundial en detrimento de Estados Unidos, asegurando que el país asiático no buscaba una guerra de divisas que irritara aún más las relaciones. El mensaje, más allá de su encuadre geoeconómico, era un discurso por elevación dirigido a ganar ventaja en la disputa marítima y diplomática que sostienen China y los aliados de Estados Unidos por el Mar Meridional: el principal corredor estratégico de energía de Medio Oriente hacia China. Ahí se ubican una de las grandes tramas de confrontación que actualmente sostienen, marcada por el asedio militar del Pentágono, la desestabilización de la línea de fl otación china con sus aliados en la región y el reclamo permanente de este último por la soberanía de ese espacio marítimo. El desarrollo conflictivo o no de las relaciones tendrá siempre esta trama de fondo.
Sin embargo, estos dos gestos de ida y vuelta en real politk tienen como sustancia la dependencia mutua, en el ámbito económico, fi nanciero y geoestratégico, entre las dos potencias. Es ese proceso el que dibuja los límites de esa relación, el ritmo de su desarrollo y el marco de su estabilización o confl ictividad. Un artículo de investigación de Aly Wine (publicado en 2015), que escribe para el think thank estadounidense Carnegie Council for Ethics in International Affairs, asegura que el 51,2% del crecimiento económico de China en 2014 se basó en el consumo interno.
Esto hace a la potencia asiática aún dependiente de las exportaciones hacia Estados Unidos para mantener su ritmo de crecimiento, las cuales según la investigación, se han quintuplicado entre los años 2000 y 2014.
Con base a las cifras del artículo de Wine, China actualmente posee 1,22 billones de dólares en valores estadounidenses, principalmente letras del tesoro de la Reserva Federal. Estas posiciones limitan a China de desprenderse de esos valores por distintas vías, dado la poca rentabilidad que da la inversión en esos instrumentos, ya que de hacerlo Estados Unidos podría limitar las importaciones chinas en respuesta a esa hipotética acción, limitando su capacidad de crecimiento.
Por otro lado para las transnacionales estadounidenses (no para Estados Unidos como nación política) ha sido un enorme negocio trasladar sus industrias hacia China en el objetivo de aumentar su rentabilidad aprovechando la desregulación laboral y así sostener sus márgenes de competitividad en el mercado internacional.
La dependencia mutua representa para ambos actores una gran paradoja para calibrar sus relaciones y confl ictos en el marco de la gran disputa que sostienen por el liderazgo de la economía mundial. Ambos comparten en el ámbito económico y fi nanciero (su principal área de interdependencia) sus principales armas para dominar al contrario.
Así lo refl ejan los expertos Robert Blackwill y Jennifer Harris, quienes afirman que Estados Unidos debe utilizar la geoeconomía como arma de presión contra China, e incluso utilizar sus mismas estrategias (devaluación del tipo de cambio, expansión del crédito internacional, fortalecimiento de sus alianzas regionales y subregionales).
Actualmente China mantiene un superávit comercial con relación a Estados Unidos y está ganando una importante reputación como prestamista internacional de último recurso. Según ambos expertos Estados Unidos, bajo estas tácticas aplicadas por China, está siendo aplastado en las áreas económica, financiera y política.
El giro de Trump con respecto a China después del enfoque confrontativo dado a su campaña electoral, está principalmente estimulado por comprender la desventaja comercial y financiera que pesa actualmente sobre Estados Unidos y que cualquier acción sobredimensionada podría traer consecuencias negativas.
Donald Trump busca estabilizar y relajar esas relaciones para calibrar su política exterior hacia la región asiática, en la cual se encuentra uno de los grandes centros de gravedad de la geopolítica global. Es allí donde Estados Unidos tiene grandes complicaciones para contener al bloque euroasiático que busca eclipsar el liderazgo de Washington a escala global.
Días después del Foro Económico Mundial, Donald Trump retiró a Estados Unidos del mega proyecto de integración comercial Tratado Transpacífi co (TPP), diseñado para disminuir la infl uencia de China en el sudeste asiático y los países pivotes del pacífi co. Los países firmantes del sudeste asiático de este tratado son también miembros de organizaciones regionales donde China juega un rol infl uyente. Este fue el plan bandera de la Administración Obama para la región asiática, para seducirla y ganar apoyos en contra de Rusia, buscando romper al bloque euroasiático.
Ahora que Donald Trump retiró a Estados Unidos de este tratado, la región del sudeste asiático ha entrado en un estado de intranquilidad ya que China lo ha aprovechado muy bien, sobre todo para reordenar su esquema de relaciones y ampliar su ventaja.
Donald Trump debe estar calculando que un confl icto en política exterior con China, sumaría para su incipiente gestión mayores complicaciones que las que actualmente tiene en política interna.
William Serafino
Politólogo y periodista
@WilliamSerafino