En esta particular coyuntura mundial dónde nos encontramos, cualquier tema sobre el que se diserte que tenga como escenario a Venezuela, inevitablemente se torna polémico. Esto es mucho más válido si se trata del tema económico, que en defi nitiva es y será siempre un tema de carácter político.
Punto de mira en tiempos de Revolución
En Venezuela se han experimentado profundos cambios en los últimos 19 años, muchos de los cuales no han sido analizados y calibrados suficientemente como para convertirse en parte de los saberes coloquiales, del “sentido común”, del debate público cualquiera sea su nivel, más allá de los círculos académicos o de investigación científica. Y esto es así porque precisamente desde la academia y los centros del “saber” se ha optado por mantener dogmas y mitos, especialmente vinculados al paradigma neoliberal en lugar de desarrollar una auténtica búsqueda que alimente y descubra nuevos caminos en el entendimiento de la realidad económica y política. Pero no seamos ingenuos, esto no se trata de un simple problema de corte epistemológico, ni de una derivación hacia formas más pragmáticas del discurso científico o filosófico, se trata de la expresión de una lucha de clases, que también define los roles de los diversos actores en la escena de la gran contienda que hoy vive nuestro país, especialmente en el debate de las ideas y que proyectan consecuencias trascendentes de profundo impacto para el futuro de la nación.
Hoja de ruta del capitalismo vernáculo
Las élites venezolanas con poder económico (y político) durante el último siglo han venido adaptando su discurso en función de ocultar la ruta por donde discurre su accionar, su pragmática de vida, que podríamos resumir en una frase: capitalismo rentístico. Temas como la deuda, el rentismo, el capitalismo de Estado, el desarrollo nacional y otros tantos, se han abordado desde semánticas estructuradas para ocultar la verdadera naturaleza del tipo de capitalismo que ha prevalecido en el último siglo en nuestro país: el capitalismo rentístico parasitario.
Finalizando la primera mitad del siglo XX, pusieron de moda la frase “sembrar el petróleo”, lanzada al aire originalmente por Alberto Adriani y luego remachada con fuerza por Arturo Uslar Pietri. Así de simple despacharon el asunto, como si en verdad la cosa fuese nada más que “sembrar” los recursos provenientes de la renta petrolera en cuestiones que rindieran frutos y beneficios, sin cuestionar el problema estructural, es decir, la forma que venía asumiendo el capitalismo vernáculo, una especie de engendro parasitario e improductivo, basado en la especulación, el control de la banca y de las redes de distribución, tal como lo especificó el Informe Técnico Económico de la Misión Fox en el año 1940, a solicitud del gobierno de Eleazar López Contreras el año anterior, el cual dice: El costo de la vida en Venezuela es considerablemente más elevado que en otros países. Esta situación se demuestra claramente en … (lo) relativo a precios al por menor comparados entre caracas y Washington (…) Muchos artículos se venden en Caracas por el doble o el triple de lo que se venden en Washington, y en algunas ocasiones al cuádruplo y hasta más. (Informe Técnico Económico de la Misión Fox, 1940, Colección Memoria de la Economía Venezolana. Serie Visión Foránea, Edición 2006 BCV, p.109). Este informe además señalaba a los banqueros de ser quienes ejercían las funciones de grandes importadores y de grandes distribuidores de mercancías, valga decir, el triángulo perfecto de la especulación.
Después de la Segunda Guerra Mundial en nuestro país se hicieron intentos de industrialización y sustitución de importaciones que resultaron poco menos que una caricatura, muchos de estos proyectos sirvieron para adquirir equipos y maquinarias que ya prácticamente eran consideradas obsoletas, cuando no chatarra, de las potencias occidentales. Además la sustitución de importaciones estaba sujeta a la dependencia de insumos, suplementos y tecnología. Más que una liberación, significó nuevas formas de dependencia.
Por otra parte el Estado asumió empresas quebradas por el sector privado y privatizó empresas lucrativas del sector público, al tiempo que trasegó ingentes recursos a la empresa privada que no recuperó jamás, tal es el caso de los recursos de la Corporación Venezolana de Fomento entregadas al sector privado, de los cuales sólo regresaron la décima parte. Se produjo lo que el banquero Miguel Ignacio Purroy denominó “una huelga de inversiones por parte del sector privado”, al respecto dijo: “Se llegó a la crisis porque el sector privado entró en huelga de inversiones desde 1979. El Estado quiso romper esa huelga aumentando los créditos para la inversión del sector privado con la esperanza de que se tradujera en creación de riquezas para recuperar los créditos e incrementar el empleo, pero no ocurrió así. Simplemente gran parte de esos créditos se transfi rieron al exterior (…) La Corporación Venezolana de Fomento, por ejemplo, prestó quince mil millones (de bolívares) y sólo recuperó mil quinientos”. (ANCE, “Pasado, presente y futuro de la deuda”, entrevista a Miguel Ignacio Purroy, 1985).
En los años 90 acuñaron el concepto del Estado omnipotente versus una supuesta generación de relevo, que resultaron ser los herederos de la vieja generación que ya tenía las riendas del Estado desde principios del siglo XX, tal como fuese caracterizado por el ya citado Informe Fox. En el fondo sólo se trataba de un “quítate tú pa’ ponerme yo” entre elites de la burguesía, dejando intacto el problema de fondo, valga decir, que el aparato del Estado estaba y está hecho a imagen y semejanza de la burguesía criolla y sus socios transnacionales para la captación de la renta petrolera, con la mínima inversión posible.
El manoseado cuento de la deuda y el default
En este “relato” por el cual la burguesía se auto justifica, uno de los temas más recurrentes y manidos es el de la deuda externa, con su carga de “culpa” para los gobiernos de turno. Visto más de cerca, la deuda ha servido como mecanismo de “ajuste” para blindar la apropiación de la renta petrolera por parte de la burguesía y sus socios internacionales. Viene a ser una especie de correaje para trasegar recursos al sistema financiero internacional, para fugar fortunas producto de la especulación y el manejo fraudulento de actividades cambiarias, de comercio internacional (import/export), procesos de ingeniería presupuestaria y financiera para enmascarar costos y beneficios a través de precios de transferencias, entre otras tantas formas legales o no, de apropiación de la renta.
Año tras año son recurrentes los titulares como: “Venezuela de pronto no va a poder pagar su deuda externa” (Ronald Balza, entrevista a Globovisión, abril 2017): “Pago de deuda venezolana en 2016 supera las reservas” (HSBC, en portal Dinero.com.ve, julio 2015), “Ronald Balza: hay que tomar medidas antes que el FMI sea la única alternativa”. Todas estas y otras predicciones, especialmente del FMI, se han caído una tras otra.
¿Cuál es la realidad de la deuda venezolana?
La deuda venezolana tiene varias condiciones que la hacen manejable. La primera de ellas es su relación con el PIB, que está alrededor del 50% del mismo. Se calcula que la deuda venezolana asciende a un poco más de 150 mil millones de dólares, a los cuales habría que agregarle la deuda privada, que según Fedecámaras asciende a 18 mil 665 millones de dólares, de los cuales 13 mil 113 millones de dólares son el resultado de créditos comerciales emitidos por bancos internacionales a favor del empresariado nacional. Con todo y eso, la deuda venezolana es absolutamente manejable.
Esto es particularmente válido si tomamos en cuenta que los países que componen el G7 (Alemania, Canadá, Estados Unidos, Italia, Francia, Reino Unido y Japón) tienen una deuda consolidada que al año 2010 sobrepasaba el 383% de su PIB (también consolidado), de la cual dos tercios pertenecen a las corporaciones privadas (Aleluya ¡no son los gobiernos!). (Comunismo o Nada, Jorge Beinstein, Editorial Trinchera, p. 45). Además, en la lista comparativa entre países con más deuda, Venezuela tiene 118 países por delante, es decir, con más proporción de deuda respecto a sus respectivos PIB. En lo concerniente a deuda per cápita, Venezuela tiene también 70 países por delante.
Tenemos además el caso de algunos países latinoamericanos como México, por ejemplo, que tiene una deuda al año 2016 de 590 mil millones de dólares, equivalente al 58% de su propio PIB, también tenemos a Colombia cuya deuda al año 2015 era de 143 mil millones de dólares, equivalentes al 50,67% su propio PIB, o el gigante Brasil cuya deuda externa sobrepasa el billón 360 mil millones de dólares, equivalente al 78,32% de su PIB: La situación de todas naciones están por encima de la relación de la deuda venezolana; adicionalmente estos países tienen mucho menos activos o reservas que sirvan para respaldar esa deuda, cuestión muy diferente con el caso venezolano dónde sí se cuentan con sufi cientes reservas petroleras y de oro, por citar sólo dos elementos. Como podemos ver, nuestra situación es realmente manejable.
Para el año 2017 se estima que el servicio de la deuda de Venezuela y PDVSA (intereses más capital) está situado alrededor de los 9 mil 500 millones de dólares (Kapital Consultores), lo que representa apenas un incremento 7% con respecto a las erogaciones por el mismo concepto del año 2016, a pesar de que el precio del barril tuvo una baja significativa, este año las expectativas por ingresos petroleros son superiores, además de los excedentes que se esperan obtener porque el cálculo para efectos del Presupuesto Nacional está basado en 30 dólares por barril. Este año se espera un crecimiento de la economía de al menos 1,9% (El Universal, noviembre 2016, entrevista a Francisco Rodríguez).
En todo este asunto se ha pretendido exagerar la situación de la deuda con China, la cual según estimaciones está un poco por debajo de los 60 mil millones de dólares, los cuales han sido invertidos en más de 300 proyectos que representan un poderoso motor para impulsar la economía venezolana. Se trata de una de las líneas de financiamiento más productivas que jamás haya tenido la nación, si consideramos además que las condiciones de pago distan mucho de las que en otrora imponía el FMI. En cuanto a su volumen caben los mismos criterios antes expuestos, se trata de una deuda perfectamente manejable por la República Bolivariana de Venezuela.
Otro de los elementos es el “respaldo” de esa deuda, que a decir del economista Francisco Rodríguez (Torino Capital): “PDVSA tiene un cociente bajo de deuda” el cual es apenas de 15 centavos de deuda por barril, en términos coloquiales significa que los bienes patrimoniales de Venezuela, sólo en petróleo, representan una proporción tan alta que sólo haría falta un 0,3% de ese patrimonio para pagar toda la deuda externa, tomando como referencia un barril a 45 dólares, lo cual resulta bastante realista, a eso se refiere Francisco Rodríguez cuando habla de un cociente bajo de deuda, podríamos decir “muy bajo”, lo cual resulta una posición realmente consolidada y robusta, tanto para PDVSA como para la Nación.