El problema de las llamadas leyes de la economía es que los economistas convencionales pretenden no sólo que estas son absolutas, sino además que tienen rango normativo-jurídico. Esto es lo que pasa con las llamadas “leyes” de oferta y demanda, las cuales, insisten, son tan universales como la de gravitación universal, pero además inviolables. Menos mal que los físicos, los ingenieros y en general toda la gente ingeniosa a través de los siglos no comparte estos prejuicios fundamentalistas, pues de haberlo hecho jamás se hubiesen inventado cosas como los aviones o levantado puentes.
Lo cierto, de todas maneras, es que si bien no existen las “leyes de la economía”, eso no quita que haya ciertas tendencias que pueden preesentarse en tales o cuales circunstancias y que, en tal sentido, suelen ser fácilmente observables e incluso predecibles. El que puedan presentarse no implica necesariamente que lo hagan y, mucho menos, que no se puedan contrarrestar de manera satisfactoria y efectiva en caso de que sus efectos no sean deseables. Lo que quiere decir que probablemente se presenten, sobre todo si no se toman correctivos previos.
Uno de estos fenómenos se conoce en el mundo de la historia económica como Ley de Gresham. Gresham fue un comerciante y fi nanciero inglés que trabajó para el rey Eduardo VI de Inglaterra, para Isabel I y además fue el fundador de la Bolsa de Valores de Londres. La ley que lleva su nombre formula que cuando en un mismo sistema monetario circulan dos o más clases de monedas, ya sea por razones físicas o porque tienen distinto origen, la gente tenderá a atesorar la más fuerte y a utilizar las otras para las transacciones corrientes, e inclusive, tenderá a desecharlas, entonces la “buena” moneda desplazará del mercado a la “mala”.
En la Inglaterra isabelina, en la cual Gresham formuló su ley, circulaban monedas de oro y de plata. Una onza de oro amonedado equivalía a cierta cantidad de monedas de plata. Con lo cual nadie entregaba oro acuñado y en el mercado terminaban circulando puras monedas de plata. La razón era que al tener el oro, un valor en cuanto metal precioso superior al de su valor nominal como moneda, la gente –y en realidad los comerciantes– tendían a quedarse con las monedas de oro para fundirlas y atesorarlas o venderlas.
La historia del mundo, incluyendo la nuestra, está llena de casos similares. Por sólo citar dos recordemos el del bimetalismo en Venezuela en la época de Juan Vicente Gómez y el de Polonia en los tiempos de Copérnico. En el primero, los alemanes de las casas comerciales que comenzaron a operar en Venezuela en la segunda parte del siglo XIX (Roomer, Vollmer, Blohm, etc.), desarrollaron una práctica posibilitada por el bimetalismo entonces imperante, esto es, la circulación paralela de monedas de plata y oro: los alemanes pagaban con monedas de plata, pero cobraban en monedas de oro. La razón, al igual que en el caso de la Inglaterra de Gresham, era que el oro en cuanto metal precioso valía mucho más que la plata, así las monedas fuesen equivalentes en su denominación (es decir, una moneda de 1 de oro vale más que una moneda de 1 de plata, por la sencilla razón de que el oro tiene más valor en cuanto metal precioso que la plata). El caso de la Polonia resulta más interesante pues guarda muchas similitudes
con nuestra actualidad. Todo ocurrió durante las llamadas Guerras de Warmia (1511-1520). Para entonces, Polonia era uno de los países más prósperos de Europa. Sobre sus extensas planicies se cultivaban y criaban muchos alimentos, buena parte de los cuales terminaban en los mercados de las actuales Alemania y Rusia. Mientras que, por otro lado, la caída de Constantinopla transformó los puertos del Mar Báltico en alternativa a la tradicional ruta del Mediterráneo. Sin embargo, como cabe esperar a países que le va bien pero tienen vecinos hostiles, dicha prosperidad le comenzó a acarrear problemas.
El principal y más grave provino de los llamados Caballeros Teutónicos, legiones descendientes de los bárbaros transformados luego en Santos Cruzados, que al quedar sin oficio bélico tras el fi n de las cruzadas se dedicaron al saqueo, la rapiña y el mercenarismo como forma de vida, un poco como pasa con los paramilitares colombianos devenidos en Bacrim y dedicados a la paraeconomía. Cada cierto tiempo, dichos “caballeros” atacaban los territorios polacos para saquearlos, generando guerras sangrientas. Sin embargo, cuando no lo hacían eran igual de dañinos, pues dedicados al comercio formal desarrollaron prácticas hostiles que iban desde la intimidación y el chantaje (la capacidad bajo amenaza de “negociar” precios muy baratos de cosas que luego vendían más caras), hasta el amaño y falsificación de las monedas. Esto último lo hacían relajando el contenido de plata de las monedas, entonces de curso legal, mezclándolas con metales menos nobles (por ejemplo el cobre), que luego entregaban a los polacos como forma de pago o vuelto, mientras recibían de estos monedas de plata originales. Estas monedas, mucho más valiosas, pues eran de plata verdadera, se las guardaban, enriqueciéndose a costilla de los polacos.
En el marco de la actual guerra contra el bolívar, al establecerse contra éste un tipo de cambio adulterado como el que opera desde Colombia y los portales web, se produce una situación en la cual nuestra moneda se va “enfermando”, siendo el principal síntoma de esta enfermedad el que la gente sienta que cada vez tiene menos valor, es decir, menos poder adquisitivo. Pero el fraude aquí no pasa porque se adultere la acuñación del bolívar ni porque se imprima más como parte de la “irresponsable política económica del gobierno y el BCV”, como majaderamente todavía sostienen algunos, sino porque se altera su relación con los bienes que tiene como función comprar.
Y es que como es bien sabido, en el caso del marcador cucuteño, se estableció una paridad cambiaria parailegal entre el bolívar y el peso. Y decimos parailegal porque, aunque pensada para cometer fraude, funciona también sabe todo el mundo, con la autorización del Banco Central de la República de Colombia (BCRC), a través de la resolución cambiaria N° 8 del año 2000. Gracias a este dispositivo, el bolívar ha terminado devaluado en más de un mil por ciento con respecto al tipo de cambio ofi cial reconocido por el mismo BCRC.
Este tipo de cambio adulterado se utiliza, como igualmente es público, notorio y comunicacional, para financiar y abaratar el contrabando, ya que las mafi as para adquirir los productos venezolanos necesitan bolívares, y es mucho más rentable comprar 1 bolívar a 2 pesos que a 200. Pero también altera radicalmente la relación entre la economía colombiana y venezolana, permite a la primera no sólo descargar sobre nuestro país varios de sus problemas, sino además parasitar nuestro mercado interno, creando por obra y gracia de la manipulación cambiaria un poder adqusitivo adulterado favorable a los consumidores colombianos –o tenedores de pesos colombianos– contra los venezolanos en nuestro mercado, ahondando la escasez y potenciando la especulación de precios y la devaluación de la moneda.
Lo que la historia demuestra es que en casos como estos las soluciones meramente de mercado –es decir, las soluciones convencionalmente recomendadas en estos casos por los economistas– no funcionan porque no estamos ante casos de simples fallos de mercados sino ante problemas de otro orden. Puede que el problema surja de un fallo de mercado, como en el caso del bimetalismo a principios del siglo XX venezolano. Pero incluso en estos casos la respuesta para ser efectiva debe ser institucional y de ejercicio de soberanía.
La estafa legal de las casas alemanas a comienzos del siglo XX (y decimos legal porque, en sentido estricto, los comerciantes alemanes no estaban haciendo nada prohibido por ley, por más que atentaran contra la estabilidad de la Nación), duró hasta que llegó Gómez y mandó a parar suprimiendo el bimetalismo. En la guerra contra los teutones, Copérnico, que como buen hombre del Renacimiento además de científi co y practicante de otras artes (como la ingeniería) también fue estratega militar, emplazó los cañones en el campo de batalla y dirigió personalmente las defensas. Una vez victorioso negoció la paz en situación ventajosa, luego de lo cual estableció nuevas reglas –como la acuñación centralizada en un Banco Central– para evitar el fraude monetario. Es decir, el científi co que descentró la Tierra con relación al Universo, fue el mismo que centralizó la política monetaria en función de la soberanía política, la sanidad económica y la paz social.
En este despiadado campo de batalla que son los mercados capitalistas contemporáneos, en medio del ataque sin precedente contra el bolívar, este es un principio que no debe nunca doblegarse. La elegante simpleza del giro copernicano, tanto en la astronomía como en la guerra y la economía, consiste en que definitivamente es necesario poner sobre sus pies lo que otros han puesto fraudulentamente de cabeza.
Luis Salas Rodríguez
Economista
@SalasRLuis76