Revisitar el Caribe es siempre tarea edificante pero también arriesgada. La exploración analítica de una región marcada por la diversidad cultural y lingüística, la heterogeneidad estructural de sus economías, la multiplicidad de sus tradiciones y condiciones políticas, así como las trayectorias de cada caso nacional o postcolonial, develan un mosaico inaprehensible hasta para las mentes enciclopédicas. Ninguna aproximación podrá aspirar a la totalidad, pues el Caribe es, a la vez, zona de confl uencia y punto de partida.
En la arena sociopolítica, diversos son los temas que en la actualidad hacen vibrar a la región caribeña. Aunque la lista sería interminable, cabe destacar como fenómenos visibles, el lento y desbalanceado proceso de normalización de las relaciones cubano-estadounidenses; el giro multilateral en el tratamiento a la situación haitiana con el retiro de la Minustah y la estructuración de la Minujusth; el creciente clima de tensión social en los territorios bajo administración colonial en la Guyana francesa y Puerto Rico, el incremento de la violencia política en México y Centroamérica; la pacifi cación y otanización colombiana; y el empleo de fórmulas desestabilizadoras e injerencistas en Venezuela. Detrás de todos estos eventos, de manera estructural, siguen presentes los clásicos y renovados debates en torno a la dependencia y la autodeterminación, las formas de la democracia, la pobreza, la desigualdad social y las narrativas sobre el desarrollo de la región.
De manera predominante, los vínculos extrarregionales y postcoloniales del Caribe en torno a los temas señalados se agrupan en dos grandes ejes: seguridad y desarrollo económico. Desde la perspectiva de las antiguas metrópolis, el control espacial con enfoque militar y comercial; el acceso a las materias primas, la inhibición de procesos de liberación nacional y democratización, así como la contención migratoria, forman parte de un entramado que ha signado las relaciones del Caribe con las potencias mundiales. Ante el dinamismo de las transformaciones globales y sus múltiples efectos, el abordaje sintético del relacionamiento externo del Caribe ofrece un mapa genérico de los dramas y desafíos de la región. Dada la diversidad de iniciativas, estrategias, acuerdos y procesos, en esta bitácora hemos privilegiado los que, por su naturaleza sistémica y abarcante con el orden mundial, consideramos más resaltantes.
El Caribe y la Unión Europea
El Acuerdo de Cotonou (2000), ha sido la base de la relación de los países de África, Caribe y Pacífi co (ACP) con la Unión Europea (UE). La cooperación para el desarrollo, la relación económica y comercial y la dimensión política, han sido los pilares del acuerdo que expirará en febrero de 2020. Desde noviembre pasado la Comisión Europea discute el futuro post-Cotonou y extensos documentos ofi ciales abordan, desde la perspectiva de ambos bloques, el relanzamiento de las relaciones transregionales. En el Consejo de Ministros ACP-UE, los 15 estados caribeños involucrados deberán tranzar con casi un centenar de países a partir de agosto de 2018, fecha formal de inicio de las negociaciones para la renovación de las relaciones ACP-UE. Actualmente las previsiones no son alentadoras. La incipiente reconfiguración de la UE, resultante de sus múltiples crisis y guiada por la alianza franco-germánica, requerirá de un gran trabajo de las fuerzas políticas y económicas europeas cuyo desenlace es aún incierto. A su vez, las economías caribeñas vinculadas con el Reino Unido examinan el futuro de su relación con Europa en la situación post Brexit. Las preferencias comerciales, la disminución de los presupuestos para la ayuda al desarrollo y otras cuestiones que afectan la vulnerabilidad económica caribeña están en el centro de sus preocupaciones, situación que eventualmente será aprovechada por otros actores extra-regionales.
La presencia estadounidense
Libre comercio, democracia liberal y seguridad, son los ejes centrales de las múltiples iniciativas de los Estados Unidos en la región. Desde los años 80, la Iniciativa para la Cuenca del Caribe (ICC) ha dado paso a una gama de instrumentos aún vigentes. Más recientemente, la fi rma de tratados de libre comercio o de promoción comercial como el NAFTA, en el que participa México; o el CAFTA-DR, que involucró a países centroamericanos y la República Dominicana, conforman la artillería jurídico-comercial de una relación a todas luces asimétrica, desigual y marcada por condicionalidades. En agosto de 2020 vencerá la Ley sobre Asociación Comercial, comprendida en la ICC, lo cual implicará una revisión de las preferencias comerciales otorgadas a los productos caribeños que ingresan a EEUU.
En los próximos años la contracción de la demanda de productos caribeños podría signifi car una disminución de sus exportaciones hacia el hegemón del norte. En diciembre de 2016 una nueva Ley de Compromiso Estratégico entre los Estados Unidos y el Caribe fue aprobada en el Congreso norteamericano. En ella se contempla el apoyo en áreas sensibles tales como la seguridad energética, la democracia y los derechos humanos, la seguridad ciudadana, el tráfi co ilícito de drogas, las telecomunicaciones y la infraestructura y acceso a internet.
Pero la presencia estadounidense no se reduce al ámbito comercial. En el terreno militar, las bases estadounidenses minan el Caribe insular y ribereño, anglo e hispano parlante. Los cálculos entre los expertos en la materia indican que entre Estados Unidos, Francia y Reino Unido, pueden contabilizarse actualmente en la región del Caribe más de una cuarentena de bases militares.
A la evidente presencia militar se suman los ingentes recursos empleados para el fi nanciamiento de la sociedad civil en las tareas de fortalecimiento de la democracia, los derechos humanos y la gobernanza; recursos que funcionan como combustible para la desestabilización política y social de los gobiernos no alineados a las políticas estructurales de los Estados Unidos.
En su justifi cación presupuestaria dirigida al Congreso, el Departamento de Estado solicitaba para el año fiscal 2017, 534 millones de dólares para el hemisferio occidental, incluyendo en sus previsiones de fi nanciamiento a países caribeños, y donde fueron considerados Colombia (187,3 millones $); Cuba (15 millones $); Haití (79,9 millones $); México (49 millones $) y Venezuela (5,5 millones $). Adicionalmente, el fi nanciamiento a la Iniciativa para la Seguridad Regional Centroamericana se estimó en 100,3 millones $; mientras que el presupuesto para la Iniciativa de la Cuenca del Caribe en 23,4 millones $. Estas iniciativas y sus abultados recursos presupuestarios junto a las presiones internas en cada país, testimonian las diversas fórmulas de injerencia política de Washington en la región caribeña.
China en el Caribe
La transición global hacia nuevos equilibrios de poder estimula el incremento de la relación y presencia China en el Caribe. A las viejas relaciones imperiales y poscoloniales de diferente cuño, se suman nuevas relaciones de cooperación política y económica, a veces cuestionadas. Respecto a China, la mayoría de las veces, el cuestionamiento surge de la percepción sobre el neo-dependentismo, la reprimarización y el endeudamiento. No ocurre así cuando se trata de la búsqueda de equilibrios de poder en una región históricamente asediada, primordialmente por el imperialismo estadounidense. Tal dualidad conforma el yin y yang de la relación con el gigante asiático.
China obtuvo el mayor saldo comercial con los países del Caricom en el lapso 2012-2016, superando a EEUU, Brasil, Colombia, Rusia, la Unión Europea, México y Venezuela. A su activa presencia bilateral se suma una creciente cooperación económica y comercial en los foros multilaterales. La Organización Mundial del Comercio comparte intereses agrícolas en el grupo de Amigos de Productos Especiales (G-33); y su presencia en el Foro de Cooperación entre América Latina y Asia del Este (Focalae) refuerza sus vínculos con parte del Caribe. Ejemplos de esta naturaleza se multiplican. China aspira el reconocimiento de Taiwán como parte de su territorio y varios países caribeños tienen en este tema una asignatura pendiente. Pero tal vez la obra estratégica China más importante en su relación con el Caribe y con consecuencias geoeconómicas planetarias es la construcción del canal interoceánico en Nicaragua, que de concretarse, tendrá mayor capacidad y modernismo que el ya repotenciado canal de Panamá. Resulta evidente que la diplomacia de Washington perciba una pérdida de influencia en esta región considerada estratégica.
El ALBA-TCP y Petrocaribe, alternativas en riesgo
El ALBA (2004) y Petrocaribe (2005), son las experiencias integradoras surgidas desde el Caribe que más contrastan con los mecanismos clásicos de la narrativa desarrollista sobre la cooperación. Resultantes de una nueva geografía política de principios del siglo XXI, por más de una década, ambos esquemas han contenido los impactos de las crisis cíclicas del capitalismo en el Caribe, al tiempo que favorecen su crecimiento integral.
No exentos de problemas y contradicciones en el plano económico y financiero, como resultado de la caída de los precios de las materias primas, la ruptura fundamental de estos esquemas, ha sido demostrar la posibilidad de generar modelos alternativos al libre comercio en su versión neoliberal. De esta manera, empresas interestatales o grannacionales, proyectos de desarrollo en infraestructura en las áreas de telecomunicaciones, alimentos, farmacéuticas y energéticas, entre otras, han sido puestas en marcha; y el desarrollo social y la atención a las necesidades sanitarias y educativas de los pueblos caribeños han sido eje medular de estos acuerdos.
Sin visión y voluntad compartida sobre los factores estructurales de la dependencia, la soberanía política, las vulnerabilidades estructurales de la región, sus asimetrías internas y el desafío de la pobreza, estos avances no hubieran sido posibles. Hoy, más que una evaluación de resultados, parece hora de hacer una evaluación estructural del impacto de estos acuerdos. ¿Cómo era la región antes de su existencia? ¿Cuál es la percepción de la ciudadanía en los países benefi ciarios? ¿Cómo hacer sostenibles estos acuerdos en el contexto de las adversidades y amenazas económicas y políticas presentes en sus estados miembros?
Venezuela ha jugado un rol fundamental en la construcción de estas alternativas, hoy amenazadas por la desestabilización y la injerencia extranjera. Luego de una década y media de asociaciones, intercambios y solidaridades en todas las direcciones, resulta obvio pensar que la estabilidad regional caribeña se asocia, en gran medida, al destino político en Venezuela. Los constructores de la frontera imperial anunciada por Bosch lo saben.
A la luz de las tendencias descritas, el panorama caribeño está minado de amplios desafíos, cuya resolución dependerá de su capacidad de abordar, de manera cohesionada y unitaria, los retos que presenta su relacionamiento con la Unión Europea, los EEUU, China y otros actores estatales con capacidad de incidencia global.