Jorge Arturo Reyes
La noción de espacio fue y continúa siendo la clave de la geopolítica. Sobre él se encuentran los recursos naturales, las gentes y el tiempo. Si los estrategas de ayer privilegiaban el control militar y material en la geografía terrestre y ultraterrestre, el pensamiento estratégico de hoy, añade a las variables clásicas nuevas dimensiones. Recordando a Clausewitz, en el mundo “inmaterial” el ciberespacio es la continuación de la política por otros medios.
El imperativo tecno-digital de nuestra época contiene y promueve la aparición de nuevos sujetos, prácticas y léxicos. En el ágora global la complejidad del ámbito comunicativo presenta nuevos desafíos de carácter ético, estético y jurídico-político. Es en este terreno-mundo donde se construyen y juegan las nuevas estrategias.
Una paradoja de ese imperativo consiste en que si bien internet permite intercambios comunicativos y económicos sin precedentes, actores no estatales emplean los medios digitales con fines que amenazan la paz, la estabilidad y la seguridad internacional. La comunicación es un hecho multidireccional donde intervienen actores de distinto tipo, procedencia y jerarquía. Los ciudadanos de hoy, de manera individual o colectiva, no son meros receptores sino creadores y emisores de información, acción que ejecutan al igual que los gobiernos, mediante potentes plataformas informáticas con capacidad de incidir en la opinión pública con gran rapidez y con amplísimas escalas de difusión.
El grado de acumulación y diseminación tecnológica existente en la web, ha creado las condiciones para una mutación institucional que hoy se encuentra en marcha a escala planetaria en la relación gobierno-sociedad. La globalidad de lo local, la virulencia de los contenidos y sus efectos transfronterizos, está transformando las formas de ejercer la política pública, y con ella, la diplomacia.
De las experiencias de “gobierno on line” y “gobierno digital” iniciadas hacia finales de los años noventa, se ha transitado a la idea de diplomacia digital. También conocida como diplomacia en red, ésta se entiende como la creación de mecanismos de comunicación-acción que desdibujan y confinan al anacronismo las mediaciones herméticas, secretistas y formales de la diplomacia tradicional. Se trata de crear y gestionar redes intra y extra institucionales, así como zonas de influencia tecnológicas, geográficas y mentales, a partir de la diseminación sistemática e inteligente de contenidos discursivos.
En la diplomacia digital la relación gobierno-gobierno, eje de la diplomacia clásica, no es sustituida por las nuevas formas de interacción, pero sí ampliada y potenciada por el influjo de los mensajes y prácticas novedosas entre gobiernos y pueblos, con el fin último de promover valores e intereses. Así, el uso de nuevas tecnologías informáticas y la confección de una artillería tecnológico-discursiva eficaz aplicada a la política internacional explican que, en la geopolítica del ciberespacio, el campo de batalla se traslada, de manera decisiva aunque no exclusiva, a la captación de los imaginarios.
Hoy no se trata de una simple batalla de información, sino de la creación de contenidos, campañas públicas, gestión política de las redes, identificación y segmentación de públicos, estrategias de interacción y diseño de aplicaciones digitales que refinan los modos de convencer. Crear nuevos sujetos colectivos con capacidad de incidencia en las tendencias de la política internacional forma parte de esta política. Se avanza hacia una fragmentación del monopolio de la representación de la realidad que antes estuvo en mano exclusiva de corporaciones y gobiernos. Ahora no solo cambia la realidad, sino la forma de construirla, presentarla y representarla.
Los debates y/o reformas institucionales emprendidas en los últimos años por las cancillerías de Brasil, China, EEUU, España, Francia, India, Reino Unido, Suecia y Rusia demuestran que se trata de un asunto estratégico donde se contraponen visiones sobre la e-diplomacy y la gobernanza del internet.
En 2003, el Departamento de Estado de EEUU creó la Oficina de la e-diplomacy con el objetivo de “orientar la convergencia entre tecnología y diplomacia”, y hasta nuestros días nueve subsecretarios de estado han piloteado iniciativas de diplomacia digital. En febrero de 2011, Hillary Clinton, en un discurso pronunciado en la Universidad de Washington, expuso los desafíos de la política estadounidense sobre internet, orientada a lograr tanto la libertad como la seguridad, proteger la transparencia y la confidencialidad y proteger la libre expresión, fomentando la tolerancia y la cortesía. A este respecto, alianzas publico-privadas en materia digital son cada vez más frecuentes, políticas gubernamentales de open data, cursos on line, apertura de cuentas twitter en todos los idiomas y en diferentes zonas del planeta, a objeto de conversar con los ciudadanos del mundo, han sido algunas de las prácticas empleadas por la administración estadounidense en la estrategia de smart power.
La Iniciativa de Estocolmo para la Diplomacia Digital (enero, 2014), fue el primer encuentro internacional donde diplomáticos y expertos se dieron cita con el objetivo de intercambiar experiencias y establecer una red. De más reciente data son las experiencias española y francesa. En el primer caso, la cancillería de España, modernizó en 2016, la plataforma digital de su red diplomática e identificó una treintena de embajadas alrededor del mundo como puntos focales de su diplomacia digital con el objetivo de convertirse en el referente hispanoparlante de estas prácticas.
En diciembre de 2016, Francia acogió la IV Cumbre de asociados por un gobierno abierto, con participación de 70 estados junto a la sociedad civil; efectuó en París una Cyber-reunión bilateral con EEUU, y más recientemente, bajo el título de Estrategia Internacional de Francia por lo digital, la experiencia aún en curso del servicio exterior galo, consiste en una consulta pública entre finales de 2016 y febrero de 2017, que aspira establecer la hoja de ruta en esta materia; mientras que en paralelo, un evento sin precedentes fue convocado para crear un banco de proyectos aplicables a su servicio exterior, el cual contó con la participación de desarrolladores informáticos, estudiantes y agentes del sector público y privado bajo el nombre de “1er hackathon para decodificar el Quai d’Orsay”.
Más allá de las experiencias concretas y su correlato en el ámbito multilateral, el debate global sobre el tema contiene matices, divergencias y contradicciones entre y al interior de los enfoques existentes. Tres parecen ser las visiones sobre la gobernanza en internet. De una parte, la visión liberal, que amparada en los valores de la libertad individual, de opinión, reunión y de una lectura particular de los derechos humanos, defiende un internet abierto y dinámico guiado por el mercado. A ésta se le opone la perspectiva soberanista, defensora de un internet donde el Estado tiene facultades para normar su funcionamiento a partir del equilibrio entre valores individuales y colectivos donde el mercado juega un rol asociativo y subordinado; y finalmente, la visión anti-sistémica que centra sus observaciones en el uso pernicioso que gobiernos y corporaciones hacen de internet, donde la vigilancia, las nuevas guerras, el espionaje, el sabotaje y el control total, son los aspectos centrales de la web.
Nuevas estrategias, procesos, actores y prácticas que exigen nuevas definiciones de política. Superar barreras idiomáticas y geográficas, vencer las asimetrías mediáticas, incorporar al público “externo”, crear nuevos sentidos y afinidades, aprovechar las coincidencias ideológicas y políticas existentes en otras latitudes, son algunos de los desafíos de la diplomacia digital en la conquista de las audiencias globales.