Luego de que el Presidente Nicolás Maduro anunciara que la República Bolivariana de Venezuela iniciaría sus gestiones para salir ofi cialmente de la Organización de Estados Americanos (OEA), un conjunto de reacciones internacionales se han suscitado.
La más resaltante ha sido la del Departamento de Estado de EEUU, que a través de su portavoz Mark Toner e instancias intermedias como el subsecretario de Asuntos Hemisféricos, Michael Fitzpatrick, han desconocido la decisión recalcando que sería el sucesor del presidente Nicolás Maduro quien terminaría tomando la decisión. La OEA desde su fundación en 1948 tras la rebelión de El Bogotazo generada por el asesinato de Jorge Eliécer Gaitán, fue erigida como la instancia regional que consagraría los intereses económicos y políticos de EEUU en Latinoamérica, cooptándola como esfera de infl uencia geopolítica exclusiva en el marco de la guerra fría.
Son los momentos y posturas a lo largo de la historia y no sus aspectos burocráticos los que defi nen a una organización multilateral. La OEA acorde a su diseño y sustancia política, fungió como soporte internacional para los golpes de Estado, intervenciones directas y fi nanciamiento de movimientos subversivos de EEUU en Latinoamérica, como parte de la estrategia global de contención del comunismo y el nacionalismo.
Aunque esta organización reconoció su rol negativo al legitimar la invasión de EEUU a República Dominicana en 1965, y ha entronizado los derechos humanos y la lucha contra la corrupción como factores centrales de su agenda política, no es menos cierto que el abordaje de la situación venezolana –ilegal y en franco desconocimiento de las legítimas autoridades venezolanas– retrotrae a la memoria sus deleznables antecedentes de vulneración de soberanías. Si bien el debate se ha centrado en buena medida en los factores institucionales y legales de la decisión del Gobierno venezolano de retirar a Venezuela de la OEA, sigue siendo el factor geopolítico el que más adquiere importancia en la actualidad.
Por más que el retiro de la organización tarde dos años en concretarse, el gobierno venezolano podrá hacer caso omiso de los Consejos Permanentes y resoluciones que se elaboren en pro de vulnerar su soberanía, dado que ya decidió invalidar –políticamente– a este organismo.
El tablero regional en los últimos años ha cambiado en su correlación de fuerzas, centros de gravedad y puntos de equilibrio, sobre todo desde el advenimiento de Rusia, China e Irán como bloques emergentes de poder y alternativas geopolíticas a escala global. La traducción de esta nueva sustancia del momento político global, significa la incrustación de capitales distintos a los tradicionalmente estadounidenses en el tejido económico, productivo y financiero en países otrora aliados exclusivos de EEUU.
Casos como Colombia, Perú, Brasil y Argentina, por sólo resaltar los países que han hecho especial énfasis en interferir regionalmente en la situación política interna, han evidenciado cambios profundos en su matriz de asociaciones comerciales y de inversión extranjera, donde capitales, sobre todo de origen chino, compiten en condiciones de igualdad con capitales estadounidenses.
Incluso en los casos de Colombia, Perú y Brasil, China tiene una participación superior a la de EEUU en términos de asociación comercial y en los grandes proyectos de infraestructura e inversiones en áreas de minería y petróleo, el gigante asiático mantiene una ventaja considerable. Al igual que Rusia en algunos proyectos específicos relacionados con el área petrolera y siderúrgica, sobre todo en Brasil.
La crisis internacional de las materias primas y una mayor conflictividad política interna de las élites gobernantes de los países de la región que se oponen al Gobierno venezolano, genera en su tránsito una mayor dependencia a las inversiones extranjeras como una ruta alternativa para compensar la pérdida de ingresos.
En este mismo sentido de interdependencia el crecimiento exponencial de la economía china vuelve al gigante asiático un mercado estratégico para las exportaciones latinoamericanas, condición que ha generado un acercamiento político y diplomático.
En 2015 bancos chinos dieron en préstamos a gobiernos de la región más de 30 mil millones de dólares, abrieron una cartera de 35 mil millones más para inversiones conjunta en infraestructura y la inversión directa no financiera ascendió a 29 mil millones de dólares en total.
Estas cifras resumen lo que desde el Departamento de Estado de EEUU y el jefe del Comando Sur han venido comentando en las últimas semanas: la suma preocupación de que China,
Rusia e Irán desplacen a EEUU como aliado principal de Latinoamérica.
Y este desplazamiento es objetivo. Las inversiones de estos capitales emergentes son superiores al sistema financiero aliado de EEUU (Banco Interamericano de Desarrollo, Fondo Monetario Internacional y Banco Mundial) y de sus principales transnacionales.
La consolidación de esta ventaja estratégica tiene como espacio multilateral natural a la Celac, una nueva plataforma de alianzas y consensos para dinamizar y canalizar estos recursos financieros. En este sentido, la OEA queda como un foro político sin mayor capacidad de responder a las urgencias de las élites políticas y financieras del continente en términos económicos.
Por más que la situación venezolana ha tratado de ser abordada con agresividad desde la OEA, hoy por hoy no existe una mayoría lo suficientemente abultada para aplicar la Carta Democrática Interamericana y mucho menos una expulsión del organismo, como ha solicitado en varias oportunidades el secretario general del organismo, Luis Almagro.
Incluso evaluando estos movimientos en su aspecto bilateral, tampoco existe una corrida de embajadores como mecanismo de presión alterno para elevar medidas coercitivas contra Venezuela desde el organismo.
La nueva alineación geopolítica del continente influenciada por China y Rusia principalmente, más allá de las afinidades ideológicas de las élites gobernantes de la mayoría de los gobiernos hostiles a Venezuela, pasa por la economía y las finanzas en su expresión geopolítica.
El cuadro geopolítico tras la decisión de Venezuela deja, por un lado, a la OEA como un foro diplomático sin mayor capacidad de incidencia en las nuevas configuraciones políticas que va adquiriendo el continente, y por otro a la Celac, como un espacio de consenso regional al que los países de la región ineludiblemente deben reforzar para cuidar sus alianzas económicas con estos nuevos capitales emergentes.
Hoy, producto de la crisis internacional de las materias primas más necesarias que nunca para revitalizar sus economías en declive. EEUU, perdiendo margen de maniobra en la región, no puede ofrecer una propuesta más atractiva que le haga recuperar su papel de socio indiscutible.
Venezuela mantiene un estatus de liderazgo de este nuevo sistema de alianzas que gana terreno en el continente, es la línea de fl otación por donde pasa la gran confl ictividad global entre EEUU y los nuevos bloques de poder con proyección en Latinoamérica.
Este es el principal factor a su favor ante la salida de la OEA. En la Celac ahora se centrará todo el esfuerzo diplomático y de política exterior del país, persiguiendo el objetivo de reforzar un espacio de confluencia donde los países de la región, hostiles o no al Gobierno venezolano, están por necesidad obligados a participar.