La revolución Makhnovista y las elecciones

A propósito del centenario de la Revolución de Octubre, quisiera recordar un episodio poco conocido de aquellos tiempos tumultuosos: la gesta de las comunas campesinas de Ucrania y su líder, Nestor Makhno.

Con el Tratado de Brest-Litovsk, impuesto por las potencias extranjeras a la joven república soviética como condición para el cese de hostilidades, Rusia cedía a Austria y Alemania el territorio ucraniano. Sin embargo, en esta vasta región habían proliferado importantes experiencias de comunas autogestionarias y territorio autogobernados, que llegaron a agrupar cerca de dos millones de personas, y un aguerrido ejército popular, de inspiración anarquista, se levantó para enfrentar la invasión extranjera y los intentos restauradores de los viejos terratenientes y caudillos territoriales. Durante más de tres años, desde principios de 1918 hasta la primavera de 1921, este ejército de campesinos y obreros, bajo la conducción de su principal dirigente, Nestor Makhno, combatió sin cuartel y frenó a tres ejércitos diferentes: a las fuerzas extranjeras, coaligadas con la reacción contrarrevolucionaria, a los nacionalistas ucranianos, y… al propio Ejército Rojo, cuyos dirigentes no estaban dispuestos a permitir que floreciera una experiencia de auto-organización al margen de la conducción de las fuerzas bolcheviques.

El ejército de Makhno, a pesar de las provocaciones y hostigamientos, mantuvo en todo momento la defensa de la revolución bolchevique. Admirador de Lenin, a quien había conocido personalmente, y comunista convencido (lo que para él no tenía ninguna contradicción con su credo anarquista, sino que por el contrario se igualaban) entendió que la suerte de las comunas campesinas en Ucrania estaba atada a la sobrevivencia de la revolución soviética. Así, el llamado “Ejército Negro” jugó un papel clave en el combate contra las fuerzas reaccionarias durante la guerra civil, asestándole derrotas importantes como la infl igida al General “blanco” Deinkin, quien amenazaba a Moscú, anotándose de esa manera una victoria defi nitiva sobre la amenaza reaccionaria y salvando la revolución. Esto no impidió, sin embargo, que más tarde, quebrantando un acuerdo de convivencia entre los bolcheviques y lo campesinos ucranianos, Makhno y los suyos fueran traicionados y masacrados, y la revolución ucraniana, en que los campesinos se habían tomado las tierras y los obreros las fábricas, inmolada.

De la llamada “revolución makhnovista” y su ejército campesino apenas se tiene recuerdo. Un hermoso himno (la “Makhnovchina”, de la que existe una versión en castellano interpretada por Quilapayún) y algunos pocos registros son sus testimonios más conocidos. Pero nos lega, entre otras enseñanzas, una lección ineludible: aun cuando la revolución triunfa, la lucha de clase no cesa, sino que adopta nuevas formas y clivajes. Como comprendieron -a veces a costa de su vida, de la libertad o del destierro- Rosa Luxemburgo, Otto Rühle, Victor Serge o Trotsky (quien por cierto fue responsable de la represión a los makhnovistas, sólo para después conocer en carne propia la persecución despiadada por par- te del poder), dentro de la revolución perviven facciones y luchas internas que revelan intensas contradicciones de clase. Una nueva casta burocrática, que a nombre de los trabajadores se arroga la conducción del Estado y de los medios de producción, termina por lo general usurpando a la propia clase que dice representar y restaurando privilegios y relaciones de explotación y dominio. Un querido amigo ilustraba esta aparente paradoja citando una frase de Mao: “¿Qué pasa con la burguesía cuando triunfa el Partido Comunista? ¿Se desvanece? ¿Se la traga la tierra? No. Ingresa en el Partido Comunista…”.

Dado el carácter rentista de su economía, en Venezuela más que en muchos otros lugares el Estado juega un papel esencial en la reproducción de las relaciones capitalistas, en tanto que funciona como un dispositivo de captura y transferencia de la renta petrolera a manos privadas. Esto ha supuesto desde siempre una particular alianza entre Estado y viejos o nuevos grupos económicos, el predominio de, como la llama Brito Figueroa, una burguesía burocrática y peculadora en que convergen sectores de la burocracia y empresarios. Junto con políticas que terminan benefi ciando a sectores concentrados de la economía (una muestra: el desmesurado crecimiento del sector financiero y especulativo durante los últimos años), esta alianza se expresa en la expansión de la corrupción, que más que un asunto moral es la condición de la reproducción del capital, pues opera como canal por el que se transfi ere la renta petrolera al capital privado, al amparo de una casta burocrática que a su vez acopia privilegios y poder. Se trata de una acumulación delictiva de capital, de nuevo en palabras de Brito Figueroa.

No es de extrañar entonces que sectores de la burocracia hayan actuado más pensando en sus intereses grupales que en los intereses del pueblo o en la defensa de la revolución, irónicamente encubriendo bajo las banderas del pueblo y la revolución sus manejos. No es extraño que la corrupción campee junto al hambre y la miseria que se hacen cada vez más difícil ocultar. No es casual que se reprima a vastos sectores populares, ya sea a través de políticas represivas que recuerdan los momentos más oscuros de la Cuarta República, bien criminalizando las luchas populares que la misma revolución ha inspirado, como ocurrió hace pocos días con el desalojo de un grupo de comuneros (herederos inadvertidos de las luchas de Makhno y los campesinos ucranianos) de unas tierras que habían ocupado. Como tampoco debe sorprendernos el aumento de la crítica, las tímidas protestas y el creciente reclamo callejero. Son evidencias de una lucha de clase que generalmente opera de manera velada, silenciosamente, constreñida bajo el chantaje de no atacar a la revolución por cuestionar los viejos y nuevos privilegios, pero que nunca ha dejado de estar presente y se acrecienta en tiempos recientes.

Pero las luchas de los makhnovistas también nos ofrecen otra lección, tan importante como la primera. En ningún momento, ni bajo los mayores peligros, y a pesar de las inconsecuencias y traiciones, Makhno y sus soldados pusieron en duda la defensa de la revolución bolchevique, no vacilaron en aliarse tanta veces como fue necesario con el Ejército Rojo y el gobierno soviético para enfrentar a la reacción y a las viejas clases dominantes, aun cuando este mismo ejército y gobierno hostigaban permanentemente las conquistas obreras y campesinas en Ucrania. Era tan inaceptable plegarse dócilmente al poder bolchevique y su “revolución desde arriba” como ser indiferente ante la ofensiva reaccionaria contra esa misma revolución.

La revolución no es de los burócratas, de los oportunistas, de los corruptos, de quienes medran en ella. La revolución es de todos los que luchan, de quienes han apostado su vida y sus sueños, sus esperanzas y sus desvelos.

La revolución le pertenece más al pueblo humilde que hace largas colas para conseguir alimentos o a la señora que llora su hijo asesinado por la policía, que al funcionario voraz e inescrupuloso o al empresario travestido que engorda sus arcas.

Todo parece apuntar a que muy próximamente se convoquen elecciones locales en Venezuela. Al igual que en muchos de los peligrosos escenarios que seguramente vendrán, muchos se debatirán entre el apoyo acrítico al gobierno o simplemente claudicar. Quizás las enseñanzas de la experiencia makhnovista puedan servirnos para encarar ese dilema.

Andrés Antillano [email protected]