Augusto Mijares escribió una vez, hablando del móvil de su libro Lo afirmativo venezolano (1963), donde intenta “rescatar, todavía viviente, lo mejor de nuestra realidad moral”, que ese propósito se enfrenta a los “sembradores de cenizas” que siempre han hecho voces y ecos contra la Patria. Siempre han existido quienes se dedican a crear “ese funesto hábito de blasfemar contra la Patria o cubrirnos de cenizas y de lamentaciones”, movidos por sus intereses particulares, por su condición de clase, por sus jefes transnacionales, por odio, por petulancia, por desclazamiento, o por simple ignorancia. Y ¿qué dicen los sembradores de cenizas de nuestro tiempo?
Los temas de la agenda y su modo de exponerse
Una agitadora opositora, recurrente en los medios de información y/o de propaganda contrarrevolucionarios –hoy extrañamente silente–, afirmaba el 7 de junio en Altamira, que en Venezuela vendrá una “escalada” que facilitará “la transición” para iniciar “un gobierno de unidad y reconstrucción”; declaraba desde una de esas manifestaciones espurias pero altamente violentas y tóxicas, negando el contexto político signado por el desarrollo de una Asamblea Nacional Constituyente que se presenta como iniciativa gubernamental –ampliamente respaldada por cierto– con el objetivo declarado de dar lugar al diálogo nacional y popular que permita a la sociedad venezolana actual sortear disensos y contradicciones en la búsqueda de la paz duradera y justa, para poder ubicar su trabajo y estudio en conjunto con su felicidad, confiada en que la venidera sociedad, la de las juventudes que trabajan y estudian, y la de la juventud que protesta, hoy dependiente todas y demandantes algunas de un cambio global, será mejor y de duración más sana; una donde se haya superado incluso la simple y a la vez obligada noción de mancomunidad y tolerancia elemental, hacia una unidad social sólida, gratificante y verdadera. Las declaraciones de esta agitadora, así como las de todos los voceros de la MUD, alternan en su evidente guión una terminología tan “positiva” como vacía: “reconstrucción” y “unidad”, eran los términos con que la vocera edulcoraba su discurso mientras acompañaba a quienes destruyen y plantean sus demandas a través de discriminación, odio, intolerancia y violencia.
Es recurrente entre los voceros de la MUD y entre opositores que se declaran chavistas porque en algún momento parecieron serlo, ese ambiguo mensaje que enmascara el peso de la terminología verdaderamente definitoria de sus objetivos, vacía en los términos cerrados del discurso mismo –“Maduro está tricionando el chavismo que yo fundé”– pero profunda en cuanto a la impronta que deja en el pensamiento, o mejor dicho en la mente de quienes son expuestos a ella constantemente, donde se dibuja una “feroz dictadura represiva” de un Gobierno que más bien permite,incluso en demasía, esas expresiones reconociéndoles el derecho que la Ley les otorga, mientas que en su carácter de Gobierno que dirige el Estado se propone desarticular el entramado montado por bandas criminales producidas, entrenadas, alentadas y dirigidas por el paramilitarismo, y en dicho empeño pone parámetros a los agentes y modos detrás del apoyo logístico a estas contratas para que matando, quemando y destruyendo, actúen en contra del país que dicen querer liberar.
En Venezuela, hoy por hoy, las declaraciones de un Freddy Guevara, de un Héctor Navarro, de un Nícmer Evans, de un Julio Borges, de una Lilian Tintori, son equiparables en su función a las declaraciones de un Almagro, de un Uribe, de un Rubio, o de un comerciante especulador que consciente de las necesidades de quienes le compran, consiente del impulso de sus clientes hacia el consumo de prestigio y consiente de la verdad del tráfico sufrido por los productos que comercia, zanja la cuestión que observa en el rostro descompuesto de las víctimas de sus precios con un sonoro “échele la culpa a Maduro”, “vote en el plebiscito”.
Todas las clases sociales reciben su dosis de cenizas, según la caracterización despersonalizada que hacen de cada una de ellas los laboratorios de propaganda, pero la clase media es la más agredida, expuesta a un mensaje replicado en el espacio virtual donde se refugia de sus miedos, donde la “revuelta social” allí descrita le otorga esperanza de “libertad”, a esta clase media descontenta, que antes de que existiera este “gobierno fallido” y su “modelo fracasado”, sobrevivía en otras circunstancias; con los mismo paradigmas ilusorios, pero sin crédito, sin dólares, sin carro, sin casa, sin universidad, sin viajes. Los sembradores de cenizas de hoy destruyen por intermediación de otros; utilizan y manipulan a la juventud para lograr sus fines. Cuando no se sirven de personas asalariadas, simplemente manipulan a quienes no pueden solventarle la angustia generada por una compleja rabia enmarcada en miedo, calculados e inoculados ambos –rabia y miedo– por propagandistas trajeados de “comunicadores”, “astrólogos”, “líderes estudiantiles”, “gerentes exitosos”, “analistas” y etcéteras.
En una entrevista también difundida los primeros días de junio, el poeta venezolano Gustavo Pereira decía:
La cultura de la desesperanza la vemos en los medios, en su catastrofismo permanente, en las noticias que se leen, en lo que se oye por la radio o lo que se ve en la televisión. Todo apunta a la tristeza, a la muerte, al odio, a la desesperación, a la violencia. El ejercicio de la violencia es un ritual consagrado en nuestros medios, especialmente en la televisión. Usted ve cualquier canal de cable o satélite y se asombra al hacer un simple conteo de los minutos por hora que se dedican a la violencia, a la consagración de las bajas pasiones, a la parte más primitiva de los seres humanos (…) Esos medios conforman la sensibilidad colectiva. Si transmiten antivalores van volviendo a la gente insensible, primero ante la tragedia de los otros, y luego ante la propia vida de los otros. Llega un momento en que la vida de los demás no vale nada, con apretar un gatillo basta, como se ve en las películas…
La Guerra No Convencional contra Venezuela, en el escenario desde hace rato, sólo puede hacer verdadero daño inmediato en el cuerpo social si es directa, física. Y aunque su arista de guerra psicológica es la que concentra el as de sus aspectos, pudo más la violencia fáctica para dibujar a sus perpetradores ante la sociedad; por el simple hecho de que el pueblo venezolano, con todo y sus carencias culturales y económicas, está preparado para resistir y a la larga neutralizar el bombardeo mediático que no da tregua. Pero dentro de un sector de la juventud, quienes más consumen información en las llamadas redes sociales, sí ha germinado la aciaga semilla de esa siembra de antivalores encabezados por el consumismo, el entreguismo y el fascismo.
¿Y qué proponen?
Nada. Dicen, con la Constitución en la punta de sus oraciones, querer elecciones, pero las que ellos impongan, válidas sólo si parten de su iniciativa, impuestas pues, no democráticas, por encima del Poder Electoral que rigió las elecciones que los ha colocado en cualquier cargo de elección popular que hayan obtenido y ejercido en el pasado y los que actualmente detenten.
Entonces democracia es lo que ellos dicen que es democracia, según la minúscula dimensión amplificada, híperrealizada, de su discurso. Pero Democracia también es la institucionalidad, incluso cuando es representativa; otra cosa es si participativa se adjetiva fuerte en el cuerpo social, conformándose progresivamente en una institucionalidad popular objetiva; cuando es además revolucionaria prima en ella la institución continua de la sociedad que la ejerce, en la medida y ritmo de los cambios dentro de su duración, por cuenta de sí misma, imposibilitada de ir atrás sin gran menoscabo de su propio bienestar. Pero volviendo al caso de estos sembradores de cenizas, ¿cuáles son sus argumentos y propuestas concretas? la vigencia del “orden constitucional1 ”: en pleno proceso Constituyente y Constitucional, habiendo sido ellos los primeros detractores del proceso de refundación de la República, y quienes no reconocieron nunca la Carta Magna vigente; “elecciones ya”: desconociendo la convocatoria a elecciones de gobernadores para diciembre de este año y desconociendo las muy democráticas e incluyentes elecciones de diputados y diputadas constituyentistas pautadas para el 30 de julio, pidiendo de paso “elecciones generales” desconociendo que esa figura no es constitucional; como no es constitucional el plebiscito (esa palabra ni siquiera aparece en la CRBV) disfrazado mediáticamente como “consulta popular” que harán el 16 de julio. No se sabrá nunca cuántas personas acudieron a ese evento con signo de estafa y desespero, algunos voceros de la MUD dijeron que serían 14 millones. Habrá que ver también cuántas personas asistirán al simulacro de votación convocado por el Poder Electoral para el mismo día 16.
La libertad de los “presos políticos”: liberación inmediata y porque sí de personas que por decisión de tribunales cumplen condenas por graves daños perpetrados contra personas y bienes, con posición de autoría intelectual o material, desconociendo a las víctimas de esos actos y la legalidad de las decisiones confinatorias, cuando además existe una innegable disposición del Gobierno para aceptar las recomendaciones dadas por la Comisión para la Verdad, Justicia y Reparación de víctimas, no solamente al acatar la medida sustitutiva de libertad otorgada por el TSJ a Leopoldo López, sino por acciones anteriores como la liberación de Manuel Rosales, por ejemplo; un canal “humanitario” internacional: que solvente la crisis generada por la guerra económica contra el Pueblo y el Gobierno, que ellos niegan atribuyéndole al modelo socialista los males que hasta hace pocos años, ya con el modelo bien ejercitado, no existían en Venezuela, negando de paso, la capacidad propia de los venezolanos y las venezolanas para resolver, en paz, nuestros problemas.
No aceptan entonces estos representantes y sus seguidores –no necesariamente representados– elecciones de tipo distinto a las por ellos “propuestas”, pero como además no tienen intención verdadera de contribuir con la República, los financistas del proyecto de compraventa de los recursos del país, sus representantes circunstanciales, los hambreados comerciantes y la carne de cañón de este momento, asfixian a la población desde diversos frentes; con un bloqueo económico que quiere condenar al pueblo al hambre y la enfermedad, y con acciones violentas que sólo traen zozobra, temor, muerte y dolor. Las batallas que plantean ahora contra la ANC son para asfixiar la voz de la nación.
Y ¿qué dicen de los sembradores que tienen en las calles?
Que las manifestaciones no pacíficas (tal como las definió en su momento el figurín Leopoldo López) son perpetradas por “infiltrados”, “colectivos”, “tupamaros”, “chavistas”, “policías y guardias nacionales represores”. Que ellos son distintos a esos “los infiltrados”. Pregunta: ¿Quiénes ejecutaron la feroz tortura y asesinato de Orlando Figuera?, por lo que se ve de entrada en el vi-deo que registró la vil maniobra para su mediatización (¿previamente calculada?), los órganos de seguridad del Estado pudieron identificar a uno de los perpetradores del asesinato de entre un grupo de 51 personas pertrechada para actos vandálicos, capturadas desplazándose –junto con sus pertrechos– en un autobús de la alcaldía de Chacao. Las muchas personas cercanas al hecho fueron más que indolentes e incompasivas; la complicidad por omisión de acto es notoria y según nuestro modo de ver todas estas personas que estaban en las inmediaciones son corresponsables de ese asesinato. ¿Son “infiltrados” los asesinos de Figuera? El paramilitarismo que ha destrozado de las maneras más atroces a poblaciones enteras en Colombia, en una sola “jornada”, esa crónica más que “gore”, esa plaga, coincide en su práctica actual con la contrata y/o manipulación de quienes ejecutaron ese y otros crímenes en las protestas de las últimas semanas contra el Gobierno Bolivariano.
Si estiramos la mirada y la memoria, este atroz crimen, se parece en la composición a la grosería de Ramos Allup cuando mandó sacar del Palacio Federal Legislativo la imagen del Bolívar rediviva científicamente y por iniciativa del Presidente Chávez, cuya imagen-símbolo envió el circunstancialmente inmune diputado “al basurero”; visto esto en una grabación hecha al parecer por “un infiltrado”. Y recuerda a la persecución que hicieran de los Círculos Bolivarianos en 2002. Y puede relacionarse con el auge –calculado también, no tenemos dudas de ello– de golpizas y linchamientos de ladrones en distintas partes del país, pero sobre todo en Caracas, durante los últimos años. Y coincide también con el mensaje violento y retador del «loquito» ese lanzó balas y granadas desde un helicóptero robado del CICPC, y que ahora ciertos medios llaman «el jefe del Daesh en Venezuela» y que se desplaza por Altamira protegido por su club facho encapuchado. Y es coin-cidente también con operaciones sistemáticas de borrado de la imagen de Chávez –de las calles, porque del sentimiento de millones no lo podrán borrar, aunque les pese–. La campaña de varios años en contra de “los chavistas” sigue cobrando víctimas. En el fondo, detrás incluso de los brotes de miasma facha, está el temor de la burguesía a eso que Chávez llamó el Estado Comunal, el temor a que sus privilegios terminen de desaparecer, pero ese es tema para otro momento.
La revuelta y el contexto
¿Será posible que la vocería opositora gobierne Venezuela? ¿Sería ese hipotético gobierno distinto al que los “encapuchados” han iquerido implantar en minúsculas zonas del país? ¿Las manifestaciones de protesta son revueltas ficticias magnificadas mediáticamente o son el germen de una disidencia generalizada? Cuando una revuelta en el plano real2 origina una revolución es porque existe una verdadera cohesión popular a las demandas esgrimidas por quienes la ejecutan; una revuelta puede transformarse en revolución sólo si es apoyada por la población. Un caso paradigmático lo tenemos en la Revolución Haitiana que en 1802 coronó una Constitución emancipadora luego de una lucha iniciada en 1791 con la revuelta de 200 esclavizados que en un mes logró la sublevación de más de 40 mil –se estimaba que el total de esclavizados ascendía a 70 mil–. Una revuelta justa y de gran dimensión como sus alcances; de ulterior impacto en el plano espiritual y ético, cuyos detalles perduran en la memoria colectiva no sólo porque la historiografía así lo garantiza, sino también porque el vínculo de ese pueblo con las motivaciones, mensajes, ejemplos y enseñanzas de esos episodios es real (a pesar de la miseria que hoy padece por cálculo del imperio). Otro ejemplo de revuelta popular es el del Grito de Dolores –la acometida de Ignacio Allende y el padre Hidalgo y quienes los siguieron en el México de 1810–, o la revuelta de los Comuneros de Los Andes en 1781; o el levantamiento de Coro en 1859 que dio inicio a la Guerra Fe-deral. Cada una de esas revueltas, independientemente de su signo y sus consignas, han tenido como límite de su existencia material el diferencial de apoyo popular contra el poder que retaron –aparte del elemento traición, siempre presente entre las herramientas de los sembradores de cenizas.
¿La agenda opositora va con certeza a transformar el Estado de cosas?, ¿Podrán los sectores violentos de la oposición convertir el vandalismo en una revolución? O por el contrario, ¿será conjurada esta anarquía para el bien de la República? Por suerte en Venezuela el Pueblo tiene la última palabra.
También por esos días de junio, el diario El Nacional reseñó el subcampeonato de la Selección Venezolana de Futbol sub20 con el titular “Venezuela murió”. Así se resume la visión de país que tienen los sembradores de cenizas hoy.
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1. Ver entrevista a Hermann Escarrá en Revista Síntesis, Edición Nº 6 – mayo 2017, pp. 26-33. [En línea: www.revistasintesis.com.ve Consulta: 11 de julio de 2017]