La palabra Constituyente está en pleno auge, no sólo porque el Presidente Maduro convocó hace apenas días la segunda Asamblea Nacional Constituyente de la historia de Venezuela, que para ser asumida deberá antes aprobarse mediante el voto de la población (en 1947 el pueblo votó por los Constituyentes pero no por la Constitución). El marco Constitucional que le da validez y vigor legal absolutos a la convocatoria es el Artículo 348 de la CRBV vigente (en consecuencia del Artículo 347 donde el pueblo se otorga su soberanía), originada en la Asamblea Nacional Constituyente de 1999. Y tal como aquella vez, la resulta de las discusiones y debates que dicha Asamblea realice para ajustar la Carta Magna vigente, también será refrendada o abrogada por el voto libre, universal, directo y secreto. Desde todo punto de vista es legal y legítima esta iniciativa de convocatoria, más allá de todo lo que se diga en los medios de información, y mucho más allá de lo que cada venezolano o venezolana opine y/o piense al respecto. En ese más allá está la certeza de que la posibilidad de convocatoria a Elecciones Generales o a Elecciones Anticipadas no está contemplada en dicha Constitución, y eso será así hasta que ésta se modifique por cualquiera de las vías allí acordadas. Una Constituyente es entonces oportunidad hasta para eso, caso dado de que quienes así lo quieran impulsen y logren vocería entre las y los Constituyentes, pero para eso tendrían que participar, porque así lo establecen, otra vez la Constitución, y las leyes. La iniciativa es del Presidente en este caso, la MUD, o por lo menos algunos voceros principales contemplaron la posibilidad de activar el recurso Constituyente… pero la última palabra la tiene, a fin de cuentas, el pueblo.
En lo tocante al ámbito político y sus repercusiones en lo social, se plantea este mecanismo de avanzado signo democrático para establecer un escenario donde el diálogo amplio y verdaderamente social, por encima de los poderes establecidos, llámese Asamblea Nacional o Presidencia de la República, permita dirimir la conflictividad y sus repercusiones en violencia, destrozos y muerte, que vengan de donde vengan y cualesquiera sean las consignas o los intereses que las movilicen no deben acrecentarse, si el objetivo que nos une, incluso desde una perspectiva individual, es la paz para el país, la garantía de vida para cada persona y cada familia, en esta sociedad que innegablemente se transforma a velocidades tremendas signadas por factores de toda índole y procedencia; como la movilidad actual en la pauperización del trabajo de las grandes mayorías, habida cuenta de que el salario no es para nada satisfactorio en el mercado hiperalterado de bienes y servicios; la subjetividad aparente y difundida como “verdad”-marco, que caracteriza a los grupos de poder transnacionales con intereses en la inmensidad de nuestros recursos, la descomposición actuante de jóvenes expresada en la actitud terrorista de grupos y bandas organizadas que se hacen presente en diversos focos del territorio nacional, el factor crimen organizado, la avalancha tecnológica digital que llegó para intensifi carse en cantidad y calidad de la propaganda imperialista; el forcejeo ajedrecístico en el mercado petrolero, la vitalización de la Doctrina Bolivariana y la respuesta del Momroismo operante en el seno del poder imperial; la imparable acción del capitalismo salvaje que aún dadas las condiciones medioambientales donde la humanidad toda peligra, sigue reduciendo al planeta; siendo tan complejas esas y otras muchas aristas del escenario, impactan significativamente en el mundo los movimientos de los pueblos que sufren tales fuerzas.
Y en lo más cercano, en Venezuela suceden desmanes contra la vida que ya salda una treintena de muertes –no olvidemos nunca las 43 personas fallecidas en 2014 y las condiciones en que sucedieron, igual de abominable son esos sucesos como las masacres de Cantaura y Yumare–. Los destrozos esos grupos terroristas se nos quieren presentar como daños colaterales de una disidencia generalizada y pacífica, atribuibles además al gobierno contra el que se protesta, y nombrados como “alteraciones del orden público”, cuando más cercano a lo concreto; es terrorismo. Al mismo tiempo el motor social del trabajo y el estudio se mantiene en movimiento, estamos en las calles, todos y todas en Venezuela, cada día, como estaremos en las calles inevitable y literalmente en caso de que la violencia no se detenga a tiempo.
República o Anarquía: El forcejeo de la disidencia política
En la Constituyente que se avecina, las ideas de cada partido político, de cada representatividad, tendrán que hilvanarse a voces verdaderamente independientes, a los sectores todos de la sociedad, llámese campesinado, estudiantado, gremios obreros y empresariales, organizaciones dedicadas al ejercicio del derecho, a la promoción de los DD.HH., comunidades religiosas, colectivos de adultos y adultas mayores, de jóvenes, de profesionales, de mujeres; en definitiva las ideas propendidas por parcialidades políticas con cuotas de poder se subordinan al consenso del pueblo todo de Venezuela, único soberano.
Ni qué decir de lo que está oportunidad representa y puede signifi car en la normalización de la economía venezolana, habida cuenta de que todo lo que sucede y puede suceder en el país tiene su origen más tangible en la anómala situación económica que vivimos, especialmente en su aspecto más sensible y vital: el alimento, tan vital para la familia venezolana, como lo es el comercio petrolero mundial, cuyos pormenores han afectado y afectan la posibilidad y formas de vida del pueblo venezolano desde que apareció y fue conformando eso que hemos llamado a veces vacíamente “venezolanidad”, cuando en realidad se trata de un cuerpo social estereotipadopor una cultura de abundancia consumista y al mismo tiempo consumista de carencias. De Simón Rodríguez nos sorprenden muchas ideas, no sólo por su vigencia, que tienen que ver en parte con el hecho de que la República, en tanto forma de Estado que no sólo se sustenta en su constitución y las instituciones que la conforman formalmente, sino en un cuerpo social hecho con republicanos y republicanas, y eso aún no termina de consolidarse en Venezuela, aun cuando está explícitamente declarado en la Carta Magna y en las Leyes, pero no es ese el tema central de esta nota. Simón Rodríguez describe como contraproducente para la República las acciones provenientes de quienes tomando partido a partir de pareceres y opiniones nacientes, respaldan sin razonamiento opiniones irracionales o no probadas que provienen y se soportan en opiniones nacientes, que no son otra cosa que la aseveración poco objetiva, falaz, ajena incluso, muchas veces interesada, y siempre originadora de distracciones, de desencuentros y hasta de tragedias. La fórmula que propone Simón Rodríguez calza en aquello para lo que puede servir, realmente, una Asamblea Nacional Constituyente con respecto a la situación general que vive hoy el país. Recomienda él: “Tratar la cuestión a fondo, Entrar en el fondo de la cuestión, Atacar la cuestión de frente, Herir la dificultad, Rodear la cuestión”, habiendo dicho antes que “Tan impropio habría sido, el otro día, el disputar la INDEPENDENCIA con escritos —como ahora, el discutir un código a balazos”. Y agrega en otra parte: “Si juzgar es atender a la RAZÓN que se descubre en las cosas o en las acciones, por comparación, es claro que no se ha de juzgar por PARECERES”.

Mucho menos si esos pareceres son todo menos inocentes, aun siendo ignorantes, agregaríamos en el contexto de ahora, donde la guerra se plantea, mucho más que en aquella época, también desde un plano mediático, por actores muchas veces abiertamente oponentes, y difusores expertos de pareceres. La Constitución de la República Bolivariana de Venezuela se acordó mediante el voto, por consenso social, con participación efectiva de la ciudadanía y en un momento político que así lo ameritó, dada cuenta de que el Presidente Chávez tuvo como principal bandera en su campaña del 98 la convocatoria de una Asamblea Nacional Constituyente, y siendo el país de aquella época uno en donde la descomposición social, política, económica y moral era mucho más basta y cruelmente sistemática que en la crisis presente, fue la hora de oír la voz de la nación, como en esta ocasión lo es, para refundar la República, con todos y todas en esta tierra, resolviendo en la casa nuestros problemas.