Comencemos por señalar que la política está compuesta por un conjunto de acciones que deben conducirnos a alcanzar un fin determinado. Y, ese fin debe ser la construcción de un determinado modelo de sociedad. Por lo que, la toma del poder es un medio para alcanzarlo.
Por tanto, nada conspira más contra el éxito en la política que carecer de un proyecto y de una dirección que sea capaz de hacer posible tal objetivo. Y, no hay la menor duda, ese es el caso de la oposición en Venezuela.
Diversas son las razones que dan explicación a esta situación.
Una primera, al carecer de un proyecto político alternativo para el país, todos los instrumentos y mecanismos que ha creado tuvieron como destino el fracaso. Ya que, su estructuración no se hizo sobre bases organizativas sólidas. Eran, más bien, el resultado de acuerdos burocráticos entre las cúpulas de los partidos que las conformaron. La MUD, su último experimento, es el ejemplo más evidente de lo afirmado.
Un segunda, si bien todos coincidían en que lo planteado era retrotraer a Venezuela a los anacrónicos esquemas neoliberales, instrumentados en los años ochenta y noventa de la centuria pasada, no es menos cierto que, algunos, “para no rayarse”, actúan con cierta timidez.
Estas dos razones los llevaron a confundir medios con fines. Afirmación que puede constatarse con el hecho de que todas sus acciones de desestabilización del régimen democrático chavista, desde los paros hasta las guarimbas, se convirtieron en un fin en sí mismo.
Una tercera, es que, por las razones anteriores, los órganos creados por la oposición, por ser aparatos burocráticos, carecieron de legitimidad de origen. Eso le impidió poder alcanzar un sólido relacionamiento con aquellos venezolanos que se sentían descontentos. Jamás fueron percibidos como entes democráticos. Las decisiones eran tomadas por los “cuatro grandes”. No hubo unidad, cada uno de sus integrantes imponía sus intereses.
Una cuarta, quizás la más grave, es que dieron una clara demostración de desconocimiento del ethos cultural del pueblo venezolano. No lograron entender que el “Chavismo” es mucho más que un movimiento político. Que está prendido en lo más profundo del pueblo venezolano. Que es su sentimiento y su esperanza. No lograron entender que el venezolano es un pueblo batallador. Que hace de su honor y su dignidad principios fundamentales. Que es profundamente humano y solidario.
Una quinta, ante el desconocimiento de estas cualidades, la dirección de la oposición fue errática. Aceptó de manera sumisa las “asesorías y consejos” de la Conferencia Episcopal, del Departamento de Estado de los Estados Unidos, de algunos países de la Unión Europea, del autollamado grupo de Lima, Almagro se convirtió en su vocero internacional y principal estratega. Estos vertían odio, xenofobia y racismo. Incorporaron al hecho político violencia y terrorismo.
Por eso sus victorias fueron efímeras. Por eso perdió su “ángel” con tanta rapidez. Su ocaso era inevitable.
A pesar de ello, el Presidente Nicolás Maduro sigue insistiendo en la necesidad del diálogo, el entendimiento y a la reconciliación nacional.
Ha reactivado y repotenciado la Comisión Negociadora, coordinada por el Ministro Jorge Rodríguez.
Ha abierto un intenso proceso de consultas, nacionales e internacionales, para identificar posibles facilitadores que coadyuven al diálogo entre el gobierno y la oposición.
Con gran intensidad y con una visión amplia, sin exclusiones, se ha planteado identificar posibles interlocutores nacionales de partidos y movimientos políticos de la oposición que pudieran participar en el diálogo.
El que insiste vence, dice el dicho popular. El Presidente Nicolás Maduro, con paciencia y tolerancia, ha sido perseverante en la idea de retomar el diálogo.
El diálogo es una necesidad, ha dicho con vehemencia. Porque está convencido de que: No hay democracia sin diálogo.