Hablar de cultura política en estos tiempos es adentrarse en un campo fértil en donde todos tenemos cosas que decir y hacer. Pudiéramos hacer un repaso del signifi cado de cultura desde la inmemorial defi nición de J.J. Rousseau en el siglo XVIII, exponiendo que la cultura “es un fenómeno distintivo de los seres humanos cuya característica principal es la universalidad”. Asimismo, resaltar un concepto más conservador y estandarizado como el que hiciera en el siglo XIX E. B. Tylor,que sostiene que “la principal tendencia de la cultura desde el origen a los tiempos modernos era el tránsito del salvajismo a la civilización”, nos parece reduccionista. Otras más antropológicas como la definición de F. Boas que invita al estudio de culturas particulares con el fi n de acopiar información etnográfica antes de propiciar leyes universales las podríamos desarrollar en otro contexto. Por lo tanto, el concepto que más se acerca al espíritu de nuestra actual forma de ser y forma de actuar se registra en el texto Diferentes, desiguales y desconectados del argentino Nestor García Canclini, quien en el capítulo I del texto citado vislumbra el hecho cultural desde cuatro dimensiones: 1. La cultura como una tendencia a entenderse como la instancia en que cada grupo organiza su identidad; 2. La cultura vista como una instancia simbólica de la producción y reproducción de la sociedad a través de las prácticas sociales; 3. La dimensión de la cultura como una instancia de conformación del consenso y la hegemonía, es decir, la configuración de la cultura política, y también de la legitimidad y 4. La interpretación de la cultura como la dramatización o representación de los conflictos sociales en el juego de las luchas de poder.
Como se ve, definir esta palabra demanda una serie de estudios y “consensos” que quizás jamás se concreten en vista de la complejidad y la abstracción de la misma. Y si eso ocurre con el término cultura, imaginémonos en qué laberintos podríamos incursionar para la definición de política. Aristóteles en su libro la Política se enfoca más de lo que debe ser la política que de lo que es en la praxis; tal vez la política en esa época era más claro este concepto o sencillamente formaba parte de otro orden social. Pero más allá de las teorizaciones, es importante señalar que la palabra política viene del griego πολίτη, que significa ciudadano, por lo que un político es un ciudadano que ejerce determinado rol dentro en una sociedad, muy alejada esta etimología de la realidad actual, de las connotaciones unas veces negativas (politiquería) y otras sobrecargadas de entusiasmo (política de altura); es sencillo, somos seres políticos porque coexistimos en una sociedad, en un determinado territorio, en determinadas circunstancias y en tiempos específicos.
Teniendo esto relativamente claro, lo que pretendemos exponer en este espacio es cómo desde hace más de una década, nosotros como ciudadanos venezolanos, hemos ejercido nuestra participación política. Y no sólo desde el punto de vista electoral pues hemos tenidos en los últimos eventos electorales una participación envidiable ante Latinoamérica y por qué no, ante el resto del mundo. Desde la agitación política suscitada desde 1998, Venezuela ha entrado en un torbellino en lo político, económico, social y altamente cultural. La ciudadanía se ha visto “obligada a tener voz” a opinar, a expresarse, a transmitir ideas, a hacer críticas, a analizar, a quejarse, y particularmente por distintos medios, a movilizarse. Tanto del lado opositor como del lado chavista, han sido innumerables las movilizaciones en donde convergen sectores sociales para debatir sobre los aconteceres diarios de nuestra nación. Poco a poco en Venezuela se ha generado una cultura política; basta ver y escuchar a la mayoría de los venezolanos aferrarse a la carta magna (según Aristóteles en las leyes estaba la esencia de la política) para esgrimir sus argumentos en determinados escenarios. Impresiona cómo muchachos y muchachas de los liceos y colegios comentan sobre la situación del país, sobre las decisiones tomadas, se atreven a emitir sus propias opiniones a partir de su condición de estudiantes.
Hace poco se pudo leer un mensaje de una chilena que decía a través de una red social: “los venezolanos sufren hoy una gran crisis económica, terrible, cómo me compadezco de ellos, mucho ánimo”…y al mismo tiempo una venezolana le contestó: “prefi ro padecer por una ´Harina Pan´ a no tener participación política, pues en tu país, creo, eso es cuesta arriba”. Y lo insólito es que las chicas en cuestión al parecer se conocen, mantienen una amistad y comparten ideologías. Sin entrar en ánimos de ahondar en los comentarios desde el punto de vista de la superficie, impresiona cómo es cierto lo que expresaba la venezolana; nuestro país es grande en todos los sentidos, pero es aún más grande por la participación que hay tanto de quienes adversan al gobierno como de quienes lo apoyan.
La libertad de expresión, muy cuestionada en el país, pareciera tener un salvoconducto y ése es la movilidad de expresión más que la propia libertad de expresión. La patencia innegable de la “polarización” es ya un síntoma de que la ciudadanía toma una posición determinada, posición activa por lo demás y lejos de apoltronarse. No es que estemos diciendo que la “polarización” es un fenómeno conveniente para el normal desarrollo del país en sus principales escenarios como el trabajo, la salud, la alimentación, la educación, la vivienda, etc., se trata de que en la medida en que cada uno active sus conocimientos, sus convicciones con argumentos sólidos y con justo raciocinio, es mucho lo que se puede hacer en Venezuela; la consciencia adquirida con el devenir de los años ha creado una ingeniería política al alcance de todos por la sencilla razón de que se ha construido por nosotros mismos, mas no por una consciencia impuesta, manipulada, de ser así, las coyunturas políticas actuales estuvieran resueltas, a menos que la imposición y manipulación desarrolladas por las “partes” definieran en la praxis el movimiento político de cada ciudadano, cuando de lo que se trata es de seguir ganando espacios y alimentando esa cultura política que hemos generado a partir de los acontecimientos del pasado y del presente que sin lugar a dudas fortalecerá nuestra participación, y en consecuencia nos ayudará a llegar a un posible consenso creado por la ciudadanía, es decir, por el ser político que es consciente de su cultura más allá de lo excepcional y más cercano a lo consuetudinario.
María Guevara @SintesisRevista