La política en los tiempos de las redes sociales ha adquirido muy extraños derroteros. En China el régimen dedica más personas a la eliminación y manipulación de contenidos en las redes sociales que a su enorme ejército: una parte significativa de la población se dedica, en su día a día, a un trabajo tan digno del Ministerio de la Verdad de Orwell como fabricar una realidad alternativa para el resto de sus conciudadanos, eliminando toda participación anónima, crítica o considerada no aceptable, e insertando opiniones laudatorias hacia el gobierno en foros, redes y periódicos utilizando múltiples cuentas para simular un apoyo masivo.
En Rusia, la realidad no es muy diferente: miles de trolls, bots y cuentas falsas dedican su día a día a proteger el liderazgo de Vladimir Putin y a manipular el panorama político a su favor. Un conjunto de herramientas y técnicas de automatización de la desinformación que el régimen depuró con experimentos en varias ex-repúblicas soviéticas y que, de manera ahora ya oficialmente demostrada, utilizó en las últimas elecciones presidenciales norteamericanas.
Facebook reconoce que unas 470 cuentas con identidades falsas y que pueden ser identificadas como radicadas en Rusia formaron parte de una estrategia coordinada y planificada para invertir unos 100,000 dólares en más de tres mil anuncios en la plataforma sobre cuestiones polémicas y asuntos que generaban una fuerte polarización, unidos a una amplia variedad de cuentas falsas de supuestos ciudadanos norteamericanos que insertaban, diseminaban, compartían y comentaban esos anuncios. El alcance potencial de esos anuncios se estima en unos setenta millones de ciudadanos norteamericanos, que podrían haberse concentrado en aquellos estados con más posibilidad de resultar estratégicos, y haber contribuido a la que sin duda fue la campaña más polarizada y agrias de la historia del país, durante la que volvieron a discutirse asuntos que se consideraban superados desde hacía décadas. Es perfectamente posible que muchas de las personas que acudieron a votar lo hiciesen manipuladas por mensajes incendiarios que estaban siendo insertados artificialmente en las redes sociales en las que se informaban por un esfuerzo coordinado por la inteligencia de una potencia extranjera.
La hipótesis de la manipulación rusa de las elecciones norteamericanas que llevaron a la Casa Blanca a Donald Trump se confirma con datos concretos, aparece en Wikipedia, pasa a ser objeto de una investigación en el Senado, y parece validar lo que algunos, hasta el momento, consideraban teorías paranoicas. Una nueva manera de entender la política y la injerencia en los procesos electorales, diseñada y ensayada originalmente en países no democráticos, y trasladada posteriormente aplicando el aprendizaje obtenido para tratar de influenciar elecciones en otros países. Armas de manipulación masiva difíciles de detectar, con infinitas formas posibles, capaces de enfocarse en todo tipo de aspectos para generar distintos efectos en los períodos previos a los procesos electorales, y que sin duda veremos a partir de ahora en muchos países, no solo por el interés que pueda generar manipular sus elecciones, sino porque pueden ser utilizados como banco de pruebas para sofisticar más aún las técnicas utilizadas.
Estamos ante el ataque más sofisticado y complejo a la base de la democracia en toda su historia: países que utilizan las redes sociales de manera organizada y respondiendo a una estrategia concreta, para manipular y generar estados de opinión en procesos electorales de otros países. La manipulación política y de la opinión pública no es un fenómeno nuevo: en el pasado, los gobernantes de un país podían intentar servirse de medios de comunicación afines para generar determinados estados de opinión que pudiesen resultar favorables a sus intereses. Al perder influencia los medios tradicionales y pasar un número cada vez mayor de ciudadanos a informarse mediante las redes sociales, estas técnicas de manipulación han evolucionado, y han pasado a ser muchísimo más sofisticadas, a disfrazarse de ciudadanos normales, y a simular corrientes de opinión genuinas, estados de opinión supuestamente masivos creados mediante astroturfing, que parecen provenir de los propios ciudadanos y aspiran a convencer a otros que, por el momento, carecen de los filtros que aplicaban a los medios. Reconstruir esos filtros para detener esos ataques a distintos niveles, y evidenciarlos para que los ciudadanos aprendan a detectarlos, caracterizarlos y reconocerlos va a ser, seguramente, una de las tareas más complejas a las que históricamente se ha tenido que enfrentar la democracia.
Fuente: “Weapons of mass manipulation”