La pandemia y el fin del papel

Un interesante efecto de la pandemia y del trabajo distribuido está siendo la fortísima disminución del consumo de papel: las grandes compañías papeleras están cerrando algunas de sus fábricas para tratar de adaptarse a un mercado que ya no demanda paquetes y paquetes de folios para fotocopiadoras en compañías que, de la noche a la mañana, se vieron obligadas a desplazar la gran mayoría de sus actividades administrativas al formato electrónico. El paso de las actividades educativas, otro de los grandes consumidores de papel, al formato online provocó el mismo tipo de efecto: muchos de los ejercicios que los alumnos solían entregar en papel ahora son ficheros electrónicos enviados a través de plataformas o correo electrónico. En IE University, donde trabajo desde hace treinta y un años, la inmensa mayoría de las fotocopiadoras que los alumnos podían utilizar han desaparecido, y en su lugar hay macetas con plantas y con un cartelito que lo indica.

Las empresas papeleras están tratando de contrarrestar el descenso adaptándose a la producción de otros tipos de productos derivados de la celulosa, tales como pañuelos de papel o papel higiénico, que experimentó un fuerte incremento de su consumo al principio de la pandemia, pero que a medio-largo plazo prevé también un descenso de su mercado derivado de la cada vez mayor conciencia ecológica de los usuarios. Otro producto de la industria que, en este caso, ha resultado ser contracíclico con respecto a la pandemia es el cartón: los confinamientos provocaron un fuerte crecimiento de la actividad de comercio electrónico, que utiliza importantes volúmenes de cartón en sus embalajes, y los datos de las compañías de reciclaje lo revelan.

Las noticias sobre el cambio de patrones de consumo durante la pandemia son interesantes en varios sentidos: por un lado, la industria de la pulpa de papel tiene un fortísimo impacto medioambiental que sería interesante reducir y que está asociado especialmente al consumo de papel blanco, de los típicos folios que utilizamos en fotocopiadoras e impresoras, mientras que otros productos como el cartón tienden a responder a un patrón cada vez más importante de reciclaje.

Por otro lado, el consumo de papel es una de las variables clásicas de cara a valorar los procesos de transformación digital en las compañías: ¿volverán los entornos corporativos a los mismos patrones de consumo que tenían antes de la pandemia una vez que la excepcionalidad se dé por finalizada y la situación se normalice? En primer lugar, cabe plantearse qué porcentaje de compañías volverán realmente a trabajar como lo hacían antes, en modo «todos los días de nueve a cinco» frente a las que ofrezcan a sus empleados la posibilidad de seguir trabajando de manera flexible desde su casa en modo total o parcial, que lógicamente tenderán a mantener sus hábitos digitales. Pero incluso en aquellas que pretendan obligar a todo el mundo a volver a la oficina, es interesante pensar si tras meses de trabajo en modo distribuido utilizando metodologías digitales, tiempo suficiente para que se produzca el desarrollo y la solidificación de hábitos de uso, los trabajadores interrumpirán de repente esos hábitos para volver a retomar el consumo de papel cuando ya ha quedado claramente demostrado que los procesos administrativos no lo necesitaban, algo que, por lógica, parecería poco probable. ¿Nueva normalidad, o vuelta a los viejos hábitos – con todo lo que ello conlleva? ¿Puede el consumo de papel convertirse de nuevo en una métrica de qué empresas tienden más a volver a los viejos procesos de toda la vida?

¿Ha conseguido la pandemia lo que años de predicar con la transformación digital no habían conseguido? ¿Veremos consolidarse esa disminución en el consumo de papel y una orientación mayor al uso de documentación electrónica? ¿Estamos, gracias a la pandemia, ante el fin de la era del papel?

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